domingo, 11 de septiembre de 2011

La Dama Fantasma de La Rumorosa


Anónimo dijo...

Mi abuelo —que en paz descanse— era taxista de sitio en Tijuana; por muchos años, comenzando por allá en la década de los sesenta, hasta su muerte trágica a mediados de los ochenta.

A través de los años él se hizo de muchos clientes buenos, los cuales algunos eran de negocios que llevaba de Tijuana a la capital del Estado, Mexicali. Mi abuelo por lo regular hacía viajes exclusivos con clientes de Tijuana a Mexicali.

En aquel entonces La Rumorosa —la carretera vieja— era más peligrosa; pues era solo de dos vías, una para cada sentido. Por esa vieja carretera se transitaba todo tipo de autos, camiones, autobuses, y en fin. Los conductores de «trailers» de carga eran unos maniacos y poco les importaba si descarrilaban a algún auto sobre el precipicio, lo mismo era con los choferes de autobuses, los cuales hacían viajes largos desde Tijuana a Guadalajara y para atrás, de regreso.

Muchas son las vidas que han perdido en el tramo de la Rumorosa.

Mi abuelo contaba de que ya no era nuevo el ver a la tal dama espanto en la carretera; pues la había visto tantas veces de que ya lo que él hacía era no fijarse en ella y tratar de ignorarla.

El tramo donde sucedía más la aparición es un poco antes de comenzar el descenso a la montaña, más adelante de el Hongo; pero antes de comenzar la bajada.

Mi abuelo nunca fue hombre de andarse con cuentos de hadas, y fue hombre de muy pocas palabras. Él era un hombre serio, de buen carácter y buena disposición. Él comandaba respeto, y todo mundo se dirigía a él como Don. Las dos o tres veces que hizo mención de esta aparición en la carretera de la Rumorosa, lo hizo con seriedad y serenidad, por lo cual yo no dudé nunca —en su palabra—.

En Tijuana hasta en estos tiempos todavía se comenta mucho de esta dicha dama fantasma, la cual se dice que sigue apareciéndoseles a los conductores que transitan ese tramo.


Gracias por compartirnos tu historia ¿qué te diré, qué no hayas mencionado?

La Rumorosa —y su misterioso encanto— y su dama del tramo del Hongo cuesta abajo a Mexicali... Somos muchos los que pasamos por la Rumorosa y muchos que aseguran haberla visto.

Yo llegué aquí en el 70, a la mejor conocí a tu abuelo. Un abrazo.

jueves, 1 de septiembre de 2011

Saludo por el Mes de Septiembre


Estimados Lectores, por medio de la presente los invito, a que nos unamos con un minuto de silencio antes de gritar ¡Viva México! este año.

Que celebremos en familia con la sobriedad que el momento amerita.

Sin importar tu credo y tu forma de percibir a Dios, hacer una oración —o un pensamiento— muy especial enfocándolo a la situación actual de nuestro país.

Y cuestionarnos a nosotros mismos ¿qué puedo hacer yo para mejorar el país?

Pensando en un México mejor.

Unidos podemos hacer la diferencia.

El Fantasma de la Casa del Cónsul

¿Por qué será que lo que para unos puede ser chistoso; para otros de mal gusto? O ¿lo qué para unos pueda ser una bella melodía; para otros algo espantoso? —No sé—. O ¿por qué los niños ven lo que los adulto no, imaginación? —No sé—. Como tampoco sé qué pudo haber pasado realmente en la casa del cónsul...

Nunca lo vimos los adultos que vivíamos en esa casa, éramos 10 y un niño de cinco años. A los adultos nos hacia bromas; pegándole muy duro a las puertas de los baños o de sus cuartos; y con el niño, con él sí platicaba; y el niño, lo describía, diciéndonos —con mucha precisión— como era.

Varios de los grandes, vieron alguna vez su sombra. Yo tan solo escuché su música, parecida a algo así a la que emite un acordeón bajo.

Esto sucedió exactamente cuando rentábamos una casa, muy grande, que estaba en la calle Monterrey en la colonia Chapultepec en Tijuana. Éramos muchos en la familia y necesitábamos una casa grande. Y aunque esa casa estuviera en una zona bastante acomodada, la renta era fabulosamente barata; la rentamos inmediatamente. Lo que no nos dijo el señor de la agencia —de esas casas de renta— es que la casa tenia una historia; una historia oculta y un fantasma.

Era una casa muy grande —estilo californiano— contaba con dos salas, ambas muy amplias, una recepción que en sí, era otra sala. Tenía un patio integrado, adentro de la casa y el techo de la casa era bastante alto.

En la puerta de la entrada principal había un rotulo; un placa que decía, Cónsul de Canadá. —Y su nombre— Rotulo que tuvimos que quitar, al ser nosotros los nuevos inquilinos.

Era de un solo piso; pero de tres niveles; y aunque era de un solo piso, había un solo cuarto —que una vez fue un estudio— a manera de torre, encima de la casa, y para acceder a ese estudio, en su corredor había una escalera de caracol.

Una escalera de caracol, que con el aire —por no sé que misterio de la naturaleza— una melodía sonaba; y fue allí que el niño, Chequito, se ponía a platicar con su amigo, creíamos —todos— que era tan solo, un amiguito imaginario.

Era un fantasma bromista.

La casa parecía ante los ojos de cualquiera, una casa de huéspedes, ya estábamos todos muy grandes, unos en la universidad, otros en el trabajo, —y otros más noviando— y parecía que tan solo veníamos a dormir a la casa; donde siempre nos esperaba mi mamá, mi papá y Chequito, mi sobrino. Así que ya estando todos grandes, puedo decir que ya no estábamos en la edad para ese tipo de bromas. Como la que nos hacia «el amigo de Chequito» o el mismo Chequito.

Al principio, creíamos que era el niño; pero poco a poco, nos empezamos a dar cuenta, que al abrir la puerta —como respuesta— cuando «alguien» le pegaba muy fuerte a las puertas de los diferentes cuartos; pero Chequito estaba tranquilamente jugando, en otra cosa y en otra parte.

No fue hasta que al niño se lo empezaron a llevar a los mandados, que nos dimos cuenta que era alguien más que el niño. Una de esas veces, a mi papá, de un carácter muy duro, lo sacaron del baño con tremendos golpes que le dieron a la puerta.

Tiempo después, entre bromas y filosofia, aceptamos esa situación un día. Creyendo que era el fantasma de un muchacho chistoso, hubo a quien se le figuro ver su sombra pasar entre los corredores. Y por la ventana de ese estudio, a quien se le figuro verlo. Y hubo quienes afirman haberlo visto sin figuraciones.

Chequito —él sí decía como era— para él no era un fantasma, sino su amigo con quien platicaba, un muchacho simpático, medio güero, que le gustaba treparse a los muebles, y muy amistoso. ¿De que platicaban? De juegos infantiles, la escuela y otras tantas cosas. —Nos decía el tal Chiquito—.

Parecía la energía de un muchacho alegre. Nunca nos asusto —para nosotros eran bromas— que cuando ocurrían simplemente nos veíamos unos a otros; quedandonos extrañados, buscándo darle un sentido lógico a esos golpes en las puertas. Como una vez le dimos sentido a la música de esa escalera de caracol.

Los vecinos; eran personas de las que no salían de sus casas; sin embargo —años después— hubo quien nos dijo, que llegamos a rentar una casa, donde hubo una tragedia; donde un muchacho que nadie imaginó que por un impulso —o por un descuido— decidiera dejarnos.


Narrada por inquilino de la vieja casa del cónsul de Canadá. Esa casa fue demolida en 1999, parece ser que para sus dueños —esa casa y su fantasma— no fue broma.

Si el fantasma que veía ese niño era el alma de un suicida ¿Cómo es qué el espíritu de un suicida pueda ser amistoso y bromista? —Tampoco sé—. Cosas que para mi son y serán un misterio.


Rafa de Tijuana


Soñaba en ser otro Marlon Brando.

Quería ser famoso —lo tenía todo— un día trató con todo el corazón de lograrlo; fue tanto su empeño que hasta salió en una película, en un breve cameo: cuando filmaron «cupido motorizado» en Tijuana —1980— saliendo de extra, entre la gente del antiguo toreo.

El era su propio promotor artístico. Y de la Mesa a la Presa y de Tijuana a la linea, podías ver sus posters hechos a mano, anunciándose, vendiéndose, con el entusiasmo de un niño y la pasión... de quienes aman y siguen su más grande sueño.

Rafa de Tijuana.

Juglar de la vida, moderno y versátil; tocaba guitarra, cantaba, y de sus palabras un verso hacia fácil; por falta de cédula, el canal doce no le dio entrada. Quiso ser poeta; señor de la gracia y de la elegancia. Nadie lo contrataba.

Él seguía luchando.

Se lanzó a las calles, se lanzó a los bares y a la bohemia; y de su gran éxito que tanto esperaba —lejos— mas nunca se desanimaba. Llegó a cantar gratis, para promoverse y lo contrataran.

Y de puerta en puerta por esos bares, hubo a quienes si llenara sus expectativas, y en más de un cabaret; Rafa cantaba, bailaba, y chistes; formaron parte de su expectaculo, y de su repertorio... Él era feliz, se acercaba lo que tanto anhelaba... Por esas esquinas, se promocionaba. Finalmente, hubo quienes por esa calle antigua, por Rafa se interesaran.

Y entre mariachis y tríos, de banda y música tejana, una nueva estrella: ¡Rafa de Tijuana!

Como sueño hecho realidad. Con su chamarra de cuero; abrazándose de su guitarra, en una esquina, acurrucado, cuidándose del frío y la lluvia, se quedó dormido —y no despertaste Rafa, aunque fue breve, llegaste a la fama—.




Glafira


¿Será cierto que la realidad supera la ficción? ¿qué el verdadero heroísmo es el queda oculto? ¿y qué el silencio habla más que mil palabras?

Tan bonita; que en el momento que nació, sus padres le llamaron: Glafira.

Glafira; bella, elegante, de piel tersa, suave y bella. Esplendorosa, tal como lo dice el significado de su nombre.

Desafortunadamente en un accidente automobilistico su papá y su mamá murieron, y fue a dar a la casa de unos tíos. Ahí pasó algunos años, en compañía de sus primos que no fue difícil ver como hermanos. Tristemente, sus tíos, como es natural, solo tenían ojos para sus hijos.

Glafira no era envidiosa, ni pedía nada —como cualquier niña— y tan solo se conformaba en querer y jugar con sus primos y primas que sin ningún problema siempre vio con el amor fraternal que solo se da en la infancia. Y sin embargo, por lo bonita y por su hermosa personalidad, los vecinos, los amigos que fueron de sus papás, y los nuevos de los tíos —y por quien por ahí pasara— siempre tenían atenciones para Glafira. Y la colmaban de cariños y regalos.

Los tíos de Glafira, repartían esos regalos para sus verdaderos hijos. —No, Glafira, tu ya has tenido muchos regalos, tus papas eran millonarios y tus primos, ahora tus hermanos, siempre han sido pobres. Vas a tener que aprender a compartir, Glafira. —Así, se dirigían sus tíos cuando ella tenía la tierna edad de 8 años—.

Glafira, no era fijada, y parece, tenía una sabiduría oculta; nunca renegaba.

Pasó algún tiempo, y los papás adoptivos de Glafira, no tenían dinero para mandar a todos —que eran seis— a la escuela, y como ella era «la mayorcita», la dejaron en la casa para que ayudara a su tía, es decir a su mamá adoptiva, en los quehaceres de la casa.

—¡Una nueva cenicienta! —decían y murmuraban los vecinos—.

Y no faltó quien reportara esta situación al «DIF» (desarrollo integral para la familia en México) y lejos se llevaron a Glafira de su adoptiva familia...

La familia cayó en algo así parecido a una maldición; su tío perdió el trabajo, y estuvo vigilado por las autoridades por mucho tiempo; fue visto como una persona mala y tuvo que aprender a laborar en cosas distintas a lo que estaba acostumbrado, fueron días muy duros y muy difíciles de superar para él y toda su familia... Y como gente injusta —mala— está familia fue vista por muchos años.

Mientras tanto: Glafira, recibió nuevas oportunidades, y nuevas miradas, miradas buenas; y quien por una verdadera hija; por ella se preocupara. Al pasar los años Glafira, creció, estudio y en una gran Doctora se convirtió.

Pero aquí no acaba la historia, un día llena de una rara nostalgia —ya grande— dio por buscar a su familia adoptiva, y viendo que una sombra había caído sobre esta; Sin pensarlo y como de impulso divino, ayudo —economicamente— sin voltear atrás y sin ningún problema, a la que había sido su familia adoptiva.

Aquellos vecinos de Rancho Alegre, —Colonia 20 de Noviembre— quienes de esto fueron testigos, tan solo dicen que hay realidades más bonitas y más extraordinarias, de las fantasías que se dan en los cuentos de hadas.

—Glafira ahora vive en el corazón de sus parientes y amigos, perdiendo la lucha contra la leucemia en 1996. «Vecino de Rancho Alegre»—

"Soñé una Iglesia"


Imagínate que eres un arquitecto o un arquitecto por convertirte: y que en el desayuno tu mamá te diga:

—Soñé una iglesia. La iglesia que vi en mi sueño era hermosa; su entrada parecía tan solo una enorme puerta y al entrar se podía traslucir el cielo…

Y por ese sueño —de su señora madre— este gran arquitecto se inspira para diseñar la parroquia del Espíritu Santo. Llena de misterio y un bellízimo encanto… Detalle tras detalle, como de ensueño.

Enigmática. Es uno de los templos más importantes y más bonitos de Tijuana, adornando el fraccionamiento Chapultepec.

Diferente. Por su extraña y única arquitectura, yo diría que es uno de los templos más bellos de México.

Y tiene otro misterio: se alcanza a observar por muchas partes de Tijuana y de La Mesa; pero si te decides ir a visitarla… No la puedes encontrar tan fácilmente: Como si te «pierdes» tiene su «gracia» encontrarla…

El arquitecto Jaime Sandoval fue quien hizo ese sueño de realidad; ayudado por el artista Víctor Marco con esos hermosos vitrales. Tomandose cinco años para construir, de 1957 a 1962.

¿Verad o mito? —Es historia—. Como diría Ripley, aunque usted no lo crea.