martes, 10 de diciembre de 2013

Mi Mustang II y Yo

Yo empecé tarde en la vida para hacer cosas por mi mismo; correr y nadar por ejemplo, la primera vez que hice un medio maratón tenía arriba de 20 años y aprendí a nadar, a los 25; y entre esas cosas que hice tarde en la vida, fue comprar mi primer carro, un mustang II modelo 74… Fue mi mejor inversión que hice en la vida, 1,500 dólares…(en 1979 a mis 21) ese carro me llevó a lugares hermosos; a correr a San Diego, a La Laguna Hanson, y hacer senderismo a las orillas de Tecate.

Pero para mi papá y hermanos fue un robo, me robaron.

Desafortunadamente, aunque haya sido mi mejor adquisición fue un problema para mí con relación a la familia; a veces los familiares pueden ser un problema, la envidia, exigencia de aprobación de parte de ellos; el reclamo de no haberles pedido su opinión… Y, tan así de incomodos fueron estos pequeños detalles que tuve que abandonar el negocio familiar.

Y, siguió siendo mi mejor adquisición haber comprado mi Mustang II, pues inicié por mí mismo y sin pedirle ayuda a nadie mi propio negocio. Negocio que consistía en compra y venta de dulces, y como antes en Tijuana no había competencia, surtía sus alrededores; y los sábados iba a entregar dulces a los estanquillos de Rosarito. En la cajuela y en los asientos me cargaba la mercancia.

Había un camino de tierra cerquita de la termoeléctrica de Rosarito, donde tenía dos o tres clientes; y como Rosarito para mí era la novedad; como lo era mi Mustang II, esperaba el sábado para ir a trabajar a las playas de Rosarito. Me gustaba dejar el carro sobre el camino llegando a la costa, y ponerme a trotar por toda la playa, después de desocuparme, al menos unos cinco kilómetros hasta llegar a la termoeléctrica. Ahí, descubrí una alberca natural que desemboca al mar, una lagunita preciosa.

Una tarde noche, aprovechando que no había nadie, pues ahí tal vez siga considerándose terrenos federales, y como no había un alama kilómetros a la vista, me desnudé para nadar unos momentos en sus tibias aguas; me imagino que tal vez porque la termoeléctrica la utiliza para enfriar sus motores; el agua de esa pequeña bahía siempre es tibia.

Muy a gusto nadaba como si estuviera en mi casa, cuando de repente me vi en medio de la laguna, braceaba hacia la orilla, pero parecía que no me movía, sino al contrario, algo me arrastraba mar a dentro, siendo llevado por una corriente “tranquila” que no notaba, y ¿a quién gritarle por ayuda, si yo desnudo, y sin un alma a la vista kilómetros a la redonda?

Nunca supe si fueron ¿dos horas, 15 minutos, o 10? Para mi fueron momentos eternos, no sé si una misma corriente me ayudó; pero yo braceaba y pateaba desesperadamente hasta que llegué finalmente a una orilla. Era tanta mi desesperación que no me daba cuenta que ya no era necesario bracear y patalear, y no veía las piedras ya para salir de la laguna; que yo mismo me hacía daño al nadar sobre ahora un lugar de poca agua; y aunque salí con golpes y moretones en las piernas al nadar sobre estas rocas, pude salir de esa lagunita seductora.

Menuda lección: Aprendí que no se debe nadar en esas pequeñas cuencas que desembocan en el mar; como esa de Rosarito para llegar a la desaladora —que lleva muchos muertos—. Otra parecida que también lleva muchas víctimas es la que está en el Rio La Misión, en la Misión, Baja California.

Con todo y la lección, yo feliz con mi Mustang II.