Este evento sucedió en mi natal Culiacán, capital del estado de Sinaloa, vivíamos mi familia y yo casi a la orilla de un río que se llama Humaya. Caminábamos como 4 kilómetros hacia arriba; hacia el norte, por toda la orilla del río, y ahí un ancianito tenía una canoa, con la que nos cruzaba a todos al otro lado del río. Más lejos había un puente, pero la aventura era cruzar el caudaloso río, como seguramente en la antigüedad lo cruzaban nuestros antepasados cuando no había puente.
El tema, para los niños era la aventura de cruzar el río que a veces era todo menos tranquilo; y para los grandes, ahorrarse el tiempo, pues por unos pocos pesos, este señor de edad avanzada nos cruzaba al otro lado del río, llegando más rápido a nuestro destino, que si rodeábamos por el puente.
Nos gustaba mucho cruzar el río, ya que con animo alegre este señor irradiaba el gusto que le daba hacer su trabajo, ahorrarle tiempo a las personas, al cruzarnos con su chalupa el río. Durante años, este viejecito fue un personaje épico, y el paseo, un paseo sin igual, porque no había otro chalupero. Poco tiempo después aquel sitio a la orilla del río se quedó solo...
Al morir el anciano, ya nadie hubo que nos cruzara del otro lado del río.
Una mañana de verano cálido, como tan cálido suelen ser los veranos de mi tierra, mi tía Chela regresó toda pálida, asustada y temblando de miedo, pronto nos dijo que lo vio, que se acercó en su canoa y hasta le sonrió... Pero ella, como suele suceder, y como sabía que ya había muerto se alejó de ahí despavoridamente.
Los lugareños de momento también lo vieron. Al parecer el chalupero se quedó en ese lugar que tanto le gustaba, esperándonos para cruzarnos al otro lado del río.
—Cómo fue narrado por 'Leonardo Humaya' de Culiacán, Sinaloa—