La Casa de Piedra de Rosarito

La Casa de Piedra ya se está cayendo. El que la construyó nunca pensó que iba a servir un día de defensa; para los trailéros —a muchos— que se han quedado sin frenos, viniendo del bulevar Dos Mil… Tampoco imaginó, que iba ser punto de referencia —hasta hoy en día— para las personas que piden su parada en Popotla, a los taxistas que trabajan en Rosarito: —me deja en la casa de piedra, por favor. —

Y antes que se termine de caer, el dueño de esa casa nunca imaginó que iba ser tema de tantos relatos y tantas historias —y tantos rumores— que rumoramos y platicamos aquí en Rosarito.

Yo la recuerdo como un sueño, como quien ya viejo se acuerda de su infancia, no existía todavía la escénica, la libre, no era la libre, ni siquiera era carretera, era un camino largo, de tierra, que te conducía a Ensenada. —Eran los años treinta y tantos— No, por favor no me preguntes mi edad. —La edad ya no la digo—.

¿Cuándo la construyeron?

Realmente no me acuerdo. —Probablemente en 1933— Pero entonces, ya era punto de referencia.

¿De quién era? ¿Para qué servía?

Oye — ¡siempre se a dicho!— y siempre se creyó, que los americanos —esos que huían de su autoridad— ya le habían echado el ojo. ¡Ay esos americanos! esos mismos que todavía se vienen a esconder a Rosarito, a México… o mejor dicho: de Tijuana a la Argentina. Las cosas no han cambiado; siguen igual que antes.

Esa casa, una vez tuvo ventanas, sus jarrones orientales, su portal de lujo. Y ambos, un jardín en frente y en su patio. Y en el patio; tres o cuatro apartamentos, apartados de la casa grande. Muchos sabemos que era la guarida de Al Capón, con sus vinos y licores, con su amante y hasta con señores que servían de guaruras vigilando su control.

Por su puesto, era una gran cantina, cuyo nombre se perdió, pero al rentarla aquel «amigo» en su casa de mil lujos a su mundo la legó. Era un burdel abierto y cerrado a la vez, con un descanso hasta la playa y un túnel de laurel. Era de fiestas casa, mercado blanco y a la vez prohibido, pero en medio de tanto ruido —todo— hasta embriagarse era permitido.

Ya de la casa de piedra no queda nada… ¿Quién la pudo maldecir? El desdén de nuestra gente... o el mismo de Al Capón, o su dueño, o la mismos vecinos con sus cuentos y sus cosas —que de brujas y fantasmas— a sus hijos ¿cuantos padres no asustó?

Y ahora —esa casa— que por años ha sido de referencia, sin dueño y olvidada, historia inútil y malvada, en medio de gente que no le importa nada, en la nada ya quedó.

—Don Roque, vecino de Popotla—