miércoles, 31 de diciembre de 2014

La Comida China de Baja California

Cuando fui a visitar a mis tíos para un fin de año —tal vez en 1993— a Ciudad Madero, Tamaulipas, muy contentos, al llevarme a un incógnito lugar para una sorpresa me preguntaron: "¿Te gusta la comida china?"  "Por su puesto —les dije— "en Tijuana hay una en cada esquina..." Sin querer les eché a perder la sorpresa, porque tal vez me llevaban al único restaurante de comida china que había —entonces— en Ciudad Madero y Tampico... Son tantos los restaurantes de comida china en Tijuana, que realmente parece que hay uno en cada esquina —pero en Tampico que mal me ví, hablé de más—.

Alguna vez tuve el dato cuando empezaron a llegar estos inmigrantes orientales a quienes les debemos la comida china en Baja California, tuve el libro en mis manos; se lo presté a mi compadre, y se murió antes de regresármelo; pero lo que recuerdo bien —leí en ese libro— que la comida china de la región de Baja California, realmente surgió aquí, cuando se construía las vías del tren; que era mucha la demanda, para los muchos empleados que trabajaban en las vías. Los inmigrantes chinos se las ingeniaron en hacer su comida con ingredientes de aquí; por su puesto no iban a ir hasta la China para traer lo indispensable, recetas que inventaron aquí; y se la ingeniaron en preparar la comida suficiente para atender la demanda de la gente, mucha que trabajaba en las vías del ferrocarril.

El libro nos fue regalado por uno de tantos restaurantes de comida china en Tijuana.

La comida china; excelentes para reuniones que hacen las empresas, por más grandes o más pequeñas que estas sean; parece que cumplen su mismo propósito -del tiempo del ferrocarril-, sesear el hambre de la gente trabajadora; mucha gente, gente en masa; igual, excelente para las fiestas navideñas o de año nuevo, cumpleaños o cualquier día festivo; y hasta para esa pequeña reunión entre dos; o familiar. Excelente, me encanta la comida china; ¿quién no se organiza los viernes sociales para ir a la china?

En los 80 se  corrió el rumor que encontraron un camión de carga lleno de perros, gatos y ratas destripados y preparados; de Mexicali para Tijuana... ¡De la comunidad china, para la comunidad china! La popularidad de la comida china parecía que había llegado a su fin en Baja California... Pero luego alguien dijo: "Si ese es el secreto de tan magnifico sabor, ¡qué importa, vámonos a la comida china!"

Y, el rumor se esfumó, por los acantilados de la Rumorosa.




lunes, 1 de diciembre de 2014

Camina o Trota pero Vuelve a Casa

Cuando leí este ensayo de Héctor Buelna, dije "es un regalo de Navidad", aunque en su redacción Héctor no lo mencione y lo escribió en agosto, lo comparto con ustedes hoy, para desearles, felices y cálidas fiestas Navideñas y de fin de año y que ese calor se renueve una vez más en sus casas, estimados lectores  —gracias, Héctor— y, ya sea otoño, invierno, primavera, o verano; caminando, o troteando; con los pies desgarrados, y los zapatos destrozados...

Todo comenzó una tarde del año 1991 cerca de la Zona Centro de Tijuana.

A las siete de la tarde habían terminado mis clases de canto y música en la academia de la Anda. Mi papá me apoyaba mucho en eso de la "artisteada". Yo, trataba de sacarle el mayor provecho posible a ese sueño de cantar, y vaya que enfrenté mis temores, ya que siendo un chico bastante tímido aprendí a cantar frente de mucha gente y a disfrutarlo a la vez.

Una de las compañeras nos invitó a su casa, la cual no quedaba muy lejos de ahí. Solo dos o tres la acompañamos.

Pasamos un buen rato con su familia, vimos vídeos musicales, platicamos, reímos, pero ya pasadas las 8 de la noche me despedí, no podía quedarme mucho tiempo. Claro, era un chico de a pie y de camiones, así que me encaminé hacia la Zona Río, unas seis cuadras, para una vez ahí tomar uno de los dos transportes públicos para llegar a casa.
Una vez parado donde esperaba el camión me llevé una sorpresa bastante desagradable, no lo podía creer. Mis bolsillos estaban vacíos, ni un solo peso me acompañaba. ¡Pero qué descuido! ¿Cómo me pudo pasar esto de no llevar dinero?

Me estaba angustiando y pensé en pedirle dinero a la gente que pasaba por los lados, ¿Y, si le pido dinero a esa señora?, ¿Y, si mejor le pido a ese anciano y le explico a donde voy? Pero me ganó la timidez, o la vergüenza de mi situación, y al ver que el tiempo avanzaba drásticamente, me armé de valor. No tenía que pensarlo mucho y me decidí, no a pedir dinero, sino a irme caminando a mi casa, la cual no estaba para nada cerca.

Me preocupaba mucho cierta persona especial que me esperaba en casa, siempre a la misma hora.

Me consideraba a mi mismo como buen caminante, en ese entonces ni de chiste era corredor, ni tan solo un poco. Lo malo del asunto es que llevaba zapatos lo cual hacía más difícil el apurar mi pies. Ver el monumento de Cuauhtemoc me hizo ubicarme en la realidad de la lejanía para llegar a mi hogar.
Dejé Zona Río, subí la rampa a un lado de la colonia Libertad, había que subir y subir, con destino próximo al aeropuerto.

Todo nervioso y acongojado sabía que si no me apuraba llegaría hasta la media noche. Así crucé varias colonias, 70-76 a un lado, Libertad parte alta, del otro. Así que troté, como dije, no era corredor ni nada parecido, pero trotaba sin parar, no quería parar.

Llegué a la calle del aeropuerto, pero con mis pies adoloridos, esos zapatos estaban más pesados y ajustados de lo que creía que eran. Sentía el surgimiento de algunas ampollas. Ni hablar, yo me había buscado todo eso.

Y sucedió que alguien se apiadó de mi, un señor que detuvo el andar de su coche me invitó a subir ¡Que maravilla! le agradecí mucho a ese "ángel" por el raite. Solo fueron pocos kilómetros, pero me sirvieron de mucho, descansé mis piernas y ahorré tiempo.

Lamentable fue que él no iba en mi dirección, así que me bajé donde comienza el bulevar Bellas Artes en Otay.
En ese entonces no sabía calcular distancias, no obstante, sin saberlo me restaban cerca de seis kilómetros más.

Cansado, sediento, hambriento y preocupado lamenté mi falta de valor para pedir algo de dinero en la calle, o al menos debí haberme regresado a la casa de mi amiga y pedirle prestado a ella.

Seguí alternando caminata rápida con trote mientras me dirigía en linea recta por el bulevar industrial.

Ya pasaban de las diez de la noche y yo era un chico que no acostumbraba a llegar tarde a casa a menos que supieran de mi, a donde fui y con quién estaba, pero ni una moneda me encontré tirada por casualidad para llamar y avisar desde un teléfono público.
"Ojalá alguien me reconociera y me diera raite"; mis piernas ya estaban muy cansadas, mis pies dolían más debido a los incómodos zapatos.

Las horas esa noche me parecían tan cortas y a la vez la noche tan eterna...

¡Yaaaaa! Ya quiero llegar... "Perdóname mamá por ser tan torpe y llenarte de preocupaciones".

Entré al fin a la colonia Las Torres. Nunca había tenido tantas ganas de llegar a casa. Eran tal vez las once de la noche y mis pies se apuraban cada vez más y más.

No paré hasta ver la casita y mi madre afuera con dos de mis hermanas; esperándome, ella dio algunos pasos adelante para recibirme. Su rostro cambió de la angustia a la felicidad al ver que me encontraba bien, había llegado a sus brazos. Me di cuenta que no importaba tanto llegar a casa, sino llegar a ella, a ese corazón que tanto anhelaba verme llegar.
—Tomado de ""Corre, Héctor, Corre"— 
Publicado en Tijuana, el 27 de agosto, 2014

Un Minuto Entre la Vida y la Muerte

—Titulo original: Naufragio en el Río Humaya, por Héctor Buelna—

—Mi Papá es Leyenda—

Héctor Buelna Amador fue un destacado marchista en su juventud, actividad deportiva que también se le conoce como "caminata". Queda claro que el deporte puede formar hombres fuertes, tanto física como mentalmente.

Me queda claro que el deporte puede forjar héroes, vedaderos héroes.

Como cada año en Sinaloa a veces las tormentas y trombas hacen estragos, y fue sin duda una de estas la que causó con su precipitación pluvial el aumento al nivel del río.

En Culiacán, el señor Héctor a sus 47 años ya tenía cierto reconocimiento, así como en la SARH, empresa donde trabajaba, ahí su empleo era de técnico dibujante. El destacaba por ser remero, marchista, nadador y sobre todo cantante y compositor de canciones, lo que le hizo ganarse la simpatía y amistad de mucha gente; algunos incluso lo apodaban "chanoc", comparando sus habilidades con el de un personaje de cine.

Era el jueves 8 de Octubre de 1981. Cuatro jóvenes paseaban en una lancha por el Río Humaya y al parecer no les importó que el nivel del río no cesara de crecer. Iban y venían, recuerdo que hasta los vi pasar e iban cantando de puro gusto. Pero no prestaban atención a lo que sucedía, las aguas seguían tomando fuerza y crecían y crecían sin parar. La fuerza de la corriente era tal que se volcaron. Dos de ellos, los mas hábiles lograron salir nadando. Pero, ¿Que pasaría con los otros dos?

Era una noche muy oscura, sin luna y Héctor aún estaba dedicado al salvamento de sus bienes, ya que el río había llegado a cubrir su casa a más del 50% de altura  Fue cuando alguien llegó apresurado a pedirle prestada su canoa, la cual debía medir unos 3 metros de largo por unos 80 cmts. de ancho aproximadamente.
En el lugar de los hechos se encontraba a unos 600 metros de su casa, donde elementos del Ejercito, Bomberos y Cruz Roja titubeaban en lo que deberían de hacer y, al parecer nadie se atrevía a entrar al río.

Eran como las 21 horas y los dos jóvenes estaban a unos 100 metros de ahí y sobre una pequeña isla en medio del río. El agua había subido a una altura de 2.12 metros sobre su nivel natural, causando que solo las crestas de los arboles quedaran disponibles para que se aferraran a ellas. Pero los muchachos no estaban juntos, sino a unos 25 metros de separación uno del otro.

Nadie se atrevía a entrar, puesto que veían pocas posibilidades de salir bien librados. El temor los invadía porque el agua además arrastraba consigo infinidad de arbustos y troncos a gran velocidad.
Sin embargo, no había mas tiempo que perder, ya era un asunto de vida o muerte.

Héctor conociendo su destreza para remar no pudo esperar mas y de inmediato solicitó un voluntario para que lo acompañara. Se necesitaba un lastre para la parte trasera de la canoa, un contrapeso.
Los presentes poco a poco retrocedían. El sentido común les decía que aquello era casi un suicidio.

Un angustiado y perturbado joven se ofreció, diciendo que el era hermano de una de las víctimas. Héctor lo rechazó de inmediato, alegándoles que no debía ser ningún familiar para evitar sumar un accidente mas, por algún descontrol emocional.

Finalmente aparece otro voluntario, el cual a la fecha se desconoce su identidad.
Héctor le da instrucciones:

—No te vayas a mover, te quedas quieto ahí atrás ¡sentado!
Decide remar a contracorriente, hasta estar unos 100 metros arriba, para poder lanzarse, aprovechar la fuerza del agua y acercarse a uno de los jóvenes. La canoa debía ir en contra y casi horizontal de manera que la corriente le pegara de lado. Usando la misma velocidad del río, buscarían acercarse.

Fue al segundo intento que se lograron aproximar a las ramas de un árbol de la isla, y al estar cerca de uno de ellos que se encontraba agarrado de un sauce, Héctor le empieza a gritar para calmarlo:

—Ya estamos aquí, aguanta, ya se te acabó el problema. —Pero apenas podía verlo por la escasa luminosidad, ya que los bomberos con las luces de sus camiones poco lograban iluminar desde esa distancia.

El asustado joven solo sacaba la cabeza de las bruscas aguas.

El remador y acompañante como pudieron se pegaron al árbol y ya cerca de el le gritó:

— ¡Tienes que hacer lo que te diga y todo saldrá bien... vente, sueltate... ven acá! —Al fin lo hace y le ayuda a subir jalándolo por el calzón. —¡Súbete! —Le ordena.

El joven con un gran esfuerzo logra abordar la canoa. Héctor le sugiere:

—Acuestate en el fondo, te llevaremos a la orilla. —¡Gracias! —Apenas le respondió con una voz apagada.
Una vez colocado en tierra recibiría atención inmediata por parte de la cruz roja. Mientras Héctor y su compañero en el otro extremo de la canoa maniobravan por repetir la hazaña, remando fuertemente por la orilla hasta llegar al punto de poder lanzarse de nuevo por el segundo chico que por fortuna seguía ahí agarrado a una de las ramas.

— ¡No tengas miedo, ¡sueltate... lánzate, aquí te agarro! —Le gritaba.

Notó que aquel muchacho estaba realmente dando su último esfuerzo, pues no conseguía subirse. La cosa se complicó. Héctor lo toma también por el calzón para poder subirlo a como diera lugar. Debía sacar fuerzas ante su propio cansancio y ayudar a este joven quien había llegado a su total agotamiento; lo jaló fuertemente haciendo un esfuerzo sobrehumano, hasta lograr al fin subirlo. También le ordenó que se acostara, pero el no respondió ya a esas palabras... solo se desmayó y quedó tendido en el fondo de la nave.

Habían llegado justo a tiempo pues tal vez con la demora de unos tres minutos más ya no lo hubieran encontrado... y el río habría ganado esa batalla.

Una vez en la orilla, Héctor debía cargarlo, pues parecía más muerto que vivo; por fortuna estaba con vida.

Bomberos y Cruz roja ya los esperaban.

Héctor, con la ayuda del cielo y un valiente joven quien lo acompañó, logró sin pretender ser héroe, una valerosa hazaña que había durado apenas unos treinta minutos.

Ahora, solo quedaba en su mente el gran reto de sacar adelante su propia vivienda, lo cual significaba que había mucho trabajo por hacer, afortunadamente con la ayuda de su esposa Rosario y sus 6 hijos.

Cuando le preguntaron si conocía los nombres de las personas rescatadas, el dijo que nunca los supo, que cuando el hacía una acción como esas, lo que menos importaba eran los nombres, o si después volvían para agradecerle; que lo importante era simplemente...

Qué se habían salvado.

—Redacción: Héctor Buelna, hijo



¿Tú también, como Héctor, tienes un papá; un abuelo, una esposa, esposo o familiar leyenda? ¿y quieres que aparezca en mis archivos? Mándame tu historia, bajo las mismas condiciones explicadas a Daniel aquí y adelante, ¿por qué no? ponte en contacto conmigo. 

 LE 
leyendasdetijuana@live.com

Tragedia del Coliseo

Me da doble nostalgia encontrar sobre este trágico acontecimiento, es que trabajábamos mis hermanos y yo, en aquella academia privada que se llamaba CECAP, arriba de la tienda Damasco, en la esquina de las calles Mutualismo y Segunda, nos íbamos los tres en mi Mustang II; Gerardo, Teresa y yo,  y nos daba mucho pendiente dejar el carro estacionado en frente de ese edificio; muchos borrachos, muchos mal vivientes, y "algo" más; nunca me imaginé que más allá de ese pendiente, había esta historia. Nunca nos enteramos de esta tragedia; pero ese "algo" era palpable; y lo platicábamos, Tere, Gerardo y yo, y ahora ¡no tenerlos para comentarlo! pero estás tú, estimada, estimado lector...

Hay muchos eventos en esta ciudad que pueden ser considerados trágicos, pero ninguno de tal magnitud como el del incendio del coliseo. Aun se pueden ver los restos de lo que alguna vez fue un edificio lleno de vida, hoy, a mas de 50 años de la tragedia, aun se encuentra en pie, como un recuerdo de aquella noche tan horrible.

Era el 22 de Diciembre de 1952, dos borrachos se agarran a golpes en el edificio Coliseo, sin importarles que hay se encuentra un cine lleno de gente, y en la parte superior, un salón donde se lleva a cabo una posada para niños de escasos recursos. En medio de la trifulca, uno de los ebrios cae sobre un arbolito de Navidad lleno de foquitos de colores, lo que provoca un corto circuito y, en consecuencia, un incendio.

Al principio nadie se da cuenta, hasta que uno de los cacaros del cine nota que su sala se llena de humo, al momento de percatarse de lo ocurrido ya es demasiado tarde. El Coliseo era (o es) un edifico completamente mal construido, se dijo en su momento que el dueño lo diseño a como le dio la gana y decidió cortar costos, sea como sea, era un peligro.

El corto circuito provoco el apagón de luces, por lo que cundió el pánico por todos los asistentes que corrieron a las puertas, pero no se dieron cuenta de que abrían para adentro y no para afuera, por lo que muchos murieron aplastados por la avalancha de personas intentando escapar. Por alguna razón, las puertas de emergencia estaban cerradas con candado y cadenas, haciendo imposible la salida por ahí. Cientos de personas atrapadas con una sola ruta de evacuación.

Hubo gente que se arrojo de las ventanas intentando evadir las llamas; tristemente, los niños de escasos recursos se encontraban hasta el piso de arriba, por lo que murieron calcinados. Es aquí donde el valor de la gente entra en juego, muchos héroes anónimos intentaron sacar a las personas, los taxistas usaban sus unidades de ambulancias, pipas de agua privadas acudieron inmediatamente al siniestro a prestar auxilio. Fue inútil, cien hombres, mujeres y niños encontraron la muerte en ese edificio que aun se encuentra en pie.
Con el paso del tiempo, muchas personas olvidan este suceso, dicen que durante muchos años, de vez en cuando, se escuchaban los gritos de los fantasmas, como si fueran un eco, pero mucha gente los ignoraba, ya que el barullo del centro de la ciudad es muy conocido. Yo no se si esto sea cierto o no, lo que si se, es que muy poca gente se atreve a entrar en ese lugar por mucho tiempo, ya que la sensación de tristeza se apodera de uno.

—Tomado la página web de Pájaro Malo—


El Miguelón

Un problema de hoy en día es que parece que la vida en su prisa nos lleva a vivir en automático, haciendo totalmente la consciencia a un lado. Consciencia se puede definir como darse cuenta de cómo está uno mismo; si me gusta esto, o si me gusta lo otro; si estoy contento, o si estoy a disgusto; ¿esto es bueno, o esto es malo? Etcétera. También se puede definir como; darse cuenta de afuera, cómo está el clima ¿hace frío, hace calor?; ¿Están relajadas o estresadas las demás personas que conviven conmigo? Etcétera. Tener consciencia implica  —igual— darse cuenta que cada persona es una consciencia aparte, una razón de ser diferente a mi realidad, un efecto que vino por una causa... Darme cuenta que —como yo— cada persona es, y es una historia. 

Presumía de ser soldado.

«Miguel era del tipo de hombre que le aventaban flores las mujeres a su paso», dice Lupita todavía con ojos apasionados y todavía con tono de enamorada. —¿Piropos? —le pregunto a Lupita para aclarar. —No —me contesta—. Las muchachas tomaban rosas, las desbarataban con sus manos, y sus pétalos se los dejaban a su paso. Unas muy atrevidas, hasta sus... alguna de sus prendas... Y, sí, sí había algunas que les dijera descaradamente algunas cosas; y le echaban cosas en las bolsas de su ropa... Notas, retratos, botones.

— ¿Era muy guapo? —le vuelvo a preguntar— NO. No que fuera guapo, pero  tenía eso que a las mujeres nos encanta! Atento, detallista, fisico... Alto, y... Tenía algo más... —Lupita, respira profundamente y detiene su llanto. —Tómate tu tiempo, Lupita, y platícame lo que quieras compartir, le digo mientras tomamos un café. — ¿Cómo puede ser la vida tan injusta? —Me pregunta como si yo le pudiera dar una respuesta... y continua: —Miguel era el mejor hijo de su madre...

...Eran cuatro hijos, y su madre, una viuda un poco mayor pero no mucho. Dos de ellos, un hermano y una hermana, se fueron a Estados Unidos, y el otro se volvió a su natal Guerrero, donde murió haciendo su servicio de soldado en un accidente carretero.

...Ninguno de los otros hijos ayudaban a la señora Martina; y Miguel, al que le decían Miguelón por lo alto que estaba, trabajaba de oficinista en algunos comercios de las calles segunda y tercera. De albañil, albanista en colonias del centro... Y de mesero, y otras cosas, en los restaurantes y puestos del callejón Cohauila y la plaza Santa Cecilia, donde ganaba dinero fácil. Mil usos se decía Miguel a sí mismo.

...Pero aunque no tuviera escuela, y todo su dinero se le fuera en mantener a su mamá y su pequeña casa, lo viril y lo chispa no se le quitaba... Pero no me gustaba que trabajara en la Coahuila, ni en los bares de la Santa Cecilia. ¡Vuelve de carpintero! yo le decía... pero parece que se desesperaba y buscaba lo "fácil" y lo "mejor pagado" y él se aprovechaba de su  buena apariencia; pero era muy buena gente, tal vez por eso, acabaron... hasta con su vida.

...Y mientras tanto, la mamá de Miguel, la señora Martina, se moria. Murió en el hospital de la Cruz Roja; el pobre Miguel no podía con tanta cosa, la perdida de su madre, recoger el cuerpo, los gastos de los funerales, y los familiares ausentes y desaparecidos.

...Yo no sabía cómo ayudarlo —Lupita se detiene y llora— al poco tiempo de la perdida de su madre; dejó de llegar a su casa, la que le quitaron los renteros, o alguna mala persona que lo dejó sin casa... En las banquetas se deterioró y en esos «bares nocturnos», vergüenza de Tijuana... de la puerta lo aventaron una y otra vez. Yo creo que cayó en demencia a la irreparable perdida de su madre.

...Pero pedía dinero —dicen algunas personas— ya no para comer pero para comprar coca, cristal y otras drogas.

No, no era un soldado. Una noche se vistió de «superman» quiso volar de techo en techo, a causa de los efectos alucinantes que provocan las drogas; pero según otras fuentes, dicen no se cayó. Lo que pasó fue que aquella su última noche, unos «amigos» se lo echaron —lo dejaron sin vida— llevándoselo a tirar, allá por la vía; envuelto en su capa; sin ningún escrúpulo y con macabro cuidado, para dejarlo en un frío y sucio desagüe; así no más, al pobre... Super Miguelón.

MORALEJA, SUPLICA Y ADVERTENCIA: Por favor haz consciencia; estudia lo más que puedas; haz un guardadito, prepárate como para una emergencia; ¡CUIDADO! dile NO a las drogas; a sus promotores y a la delincuencia. 



El Perro de la Rumorosa

Anónimo dijo...

Hola:

Ahora para este fin de semana largo del 20 de noviembre fuimos a Mexicali, vimos un perro correr a lado de la carretera;  después del poblado de la Rumorosa, se nos hizo incluso bastante curioso verlo correr hacia la montaña, desesperado como si fuera siguiendo un carro; —un carro fantasma— lo miré por el espejo que seguía corriendo. Estuvimos los tres días en Mexicali y de regreso, volvimos a ver al pobre perro, esta vez “esperando” a su dueño en la primer piedra después del poblado que está para entrar a la sierra, hicimos el intento de ir por él, pero muy peligroso andar a pie en ese tramo de la Rumorosa ¿Será éste el perro del que pregunta José Ramón?
Respuesta:

No sé si será el mismo —tuviéramos que preguntarle a José Ramón— lo que si sé es que hay mucha gente que gusta de abandonar a sus mascotas, sin importarles que sienten, que sufren; y que sean tan fieles, como lo mencionas tú, siguió ahí, "esperando" a su dueño. "Esperando" entre comillas —abandonado— abandonado por su dueño. 

¿Quién no se ha sentido abandonado como un perro? ¿abandonado en el desierto? o ¿en la soledad extrema de la Rumorosa? 

Dile no al abandono, para que no te abandonen.



Mi Inolvidable Carrera de Medio Maratón

El tiempo que va pasando, como la vida no vuelve; y sin embargo hay eventos que se nos quedan por siempre en la memoria, rezagados; en el disco duro de nuestra mente; olvidados aparentemente. Algo que para otras personas no fue importante, nosotros guardamos; sin darnos cuenta.  Vivencias que dejamos pasar de largo, pero aquella que nuestro yo interno, el que lleva las funciones de la mente por algo decidió archivar, mantiene guardarita, para qué: ¿Una lección? ¿algo importante? ¿què?

Dicho de otra forma, esa flor que recogiste una vez y sin pensarlo en Otay Mesa, después de haber recogido mil y otras mil que volviste a recoger después, todas desaparecieron; pero esa, la de Otay Mesa se quedó ahí... Por un motivo, en el lado oscuro de tu mente. Y de repente algo sucede, tal vez otro evento, o una palabra; algo le da "enter" a esa función maravillosa de la memoria para que se abra el archivo...

Y, vuelve esa flor a la luz otra vez.

Era el año de 1991 —dentro del margen de la etapa más feliz de la vida— cuando todas las tardes, o al menos tres veces a la semana iba a entrenar al CREA; o a la Unidad Deportiva frente al COBACH. Correr y nadar eran entonces mis deportes favoritos, por su puesto y andar de andariego... Que todavía me encanta.

Cuando entrenaba en esos puntos de encuentro deportivos, siempre me sentí como si estaba entre mi gente, y aunque fuera la gente con la que me identificaba, no iba a correr o a nadar para hacer amigos; los cuales nunca me faltaron, porque siempre tuve un grupo de amigos, no importa a dónde me llevara el destino, siempre pertenecí a un muy buen grupo de amigos.

Y como entonces yo era el único que corría, cuando se hizo una convocatoria para una carrera de medio maratón, fui yo el que se hizo a la tarea de representar a mi grupo, que entonces eran Ofelia, su hermana Raquel, su hermano Héctor y el adoptado Jaime; que con entusiasmo me dijeron que iban ir a recibirme a la meta, en las gradas del CREA; una familia que recuerdo con admiración por que aparte de haber perdido ellos a sus padres, adoptaron a Jaime; que igual, se había quedado sin padres.

Yo estaba muy entusiasmado, iba ser mi primer medio maratón; y llegué a mi casa presumiéndole a mi papá de mi próxima hazaña, correr de la Catedral al CREA, ¿Cuál sería mi sorpresa que mi papá me dijo que me iba ir a ver? Para mí lo fue, es que... yo nunca fui de sus hijos favoritos, y nunca se había interesado por ninguna de mis actividades; pero lo que me preocupaba en realidad era su forma tajante de ser tan crítico. Por eso, se me ocurrió echarle más ganas a las practicas, y los días previos me fui a correr a la cancha de futbol de la Unidad Deportiva, y como le calculaba que los 21 kilómetros del medio maratón equivalían a 12 vueltas al campo de futbol, decidí en esos seis días que faltaban, correr 12 vueltas al campo, cada uno de esos días antes del maratón, ¿por qué nadie me dijo que esto iba ser tan contraproducente? Es que no pregunté, y yo creía que esa era la forma correcta de prepararme; y como quería impresionar a mi padre y a mis amigos, los cuales me iban ir a ver, para echarme porras.
Era jueves, y el sábado era el día de la carrera; pero ya me dolía todo el cuerpo, había entrenado de más toda la semana, y no me quedó otra que ir con el doctor, y me dijo: —No estás en condiciones de correr, te has sobre ejercitado, y, muy probablemente no vas a llegar ni a la mitad de esos 21 kilómetros... —Pero doctor, mañana es viernes, ¿puedo descansar todo el día? —Adelante, no hay peor lucha que la que no se hace, me dijo.

Y todavía de pilón, el  viernes amanecí con un dolorcito como de torcedura en la espalda... ¡Dios mío, ¿por qué no pusiste los medios para preguntar "antes que nada" la forma correcta de prepararme para esta carrera?! Esas 24 horas de ese viernes se me fueron como agua entre las manos, pero yo no iba a defraudar a mis amigos, ni mucho menos a mi papá (mi peor juez).

El sábado desperté haciendo ejercicio de estiramientos con el cuidado de no echar a perder más los músculos... pero la espalda no me perdonaba ningún movimiento... Aun así, me fui a la tan esperada cita, frente a Catedral, donde me inscribí y el numero me dieron, me atendió  una joven que se llamaba Yolanda Calvillo, que luego vine a conocer.

Éramos un grupo más o menos de cien corredores, "tienes que aguantar" me decía a mí mismo cada vez que la espalda y las piernas me lo reclamaban... Sonó el silbato, y a correr...

No lo podía creer, estaba corriendo; corríamos hacia la Zona del Rio por la calle Segunda; iba igual que todos; las y los corredores... "Tienes que aguantar", "tienes que aguantar" se convirtió en mi canción que llevaba por dentro. Quería llorar, no tanto por el dolor, pero por la emoción de ver que si podía, aunque el dolor seguía.

Cuando entramos a la vía rápida; me di cuenta que en las calles que se entroncan a la vía, estaba mi "Mustang II" con mi papá y amigos siguiéndome y gritándome: "¡Corre, Polo, corre!", era más grande el compromiso y más la exigencia. No sé cuántas veces había pasado por esa vía rápida en carro pero todo se veía nuevo ahora; porque al correr, y con la canción que me había inventado a mis adentros, todo era más emocionante.

En uno de esos entronques buscaba a mi carro con mi gente; nunca se los platiqué, pero creo que por eso no vi una piedra, la cual mal pisé y me fui hasta el suelo; me terminó de tronar la espalda, pero aun así logré levantarme, ya faltaba poco para llegar al CREA; y ya no vi mi carro con mis "fans", porque ya se habían ido a las instalaciones deportivas, para recibirme.

No tuve alternativa que seguir mi carrera caminando.

Ya no me preocupaba nada, hice las paces conmigo mismo, y me olvidé de complacer a mi papá y a mis amistades. Este accidente ocurrió apenas unos 500 metros para llegar a la meta; pero ya no me dejó correr el cuerpo. Aun así, no quedé en último lugar, quedé en el lugar 67, y entré caminando, disimulando que no me dolía nada, con mucha dignidad... Pero era obvio que algo estaba mal; y los directivos que me recibieron fue lo primero que me preguntaron "¿estás bien?" —Claro, una pequeña caída, pero todo está bien, les dije.

 Me checaron. Inmediatamente alguien me dio un analgésico, yo buscaba a mi gente en las gradas....

"Felicidades, te diste el lujo de entrar caminando y mira todavía están llegando corredores", me dijo Ofelia ya que la encontré con mi papá y los demás en las gradas.

Con perdón de ustedes, para mí fue una carrera de leyenda, tal vez de las últimas que se organizaron de la Catedral al CREA.

Hubo otras carreras, otras de medio maratón, otras que corrí solo, y otras competencias más; pero esa que corrí de la Catedral de Tijuana al CREA, allá cuando mis años mozos, cuando todo era bello y hermoso, revive y vuelve a revivir; y al recordar vuelvo a llegar dignamente a la meta, y me veo otra vez en el CREA; rodeado por gente que ya no está, que ya se fue; pero me sigue echando porras desde el más allá, aunque usted no lo crea.

—En Memoria de mi papá Ignacio, y Yolanda Calvillo. Y un saludo a tan admirada familia de Ofelia, donde quiera que estén—.