lunes, 1 de diciembre de 2014

Un Minuto Entre la Vida y la Muerte

—Titulo original: Naufragio en el Río Humaya, por Héctor Buelna—

—Mi Papá es Leyenda—

Héctor Buelna Amador fue un destacado marchista en su juventud, actividad deportiva que también se le conoce como "caminata". Queda claro que el deporte puede formar hombres fuertes, tanto física como mentalmente.

Me queda claro que el deporte puede forjar héroes, vedaderos héroes.

Como cada año en Sinaloa a veces las tormentas y trombas hacen estragos, y fue sin duda una de estas la que causó con su precipitación pluvial el aumento al nivel del río.

En Culiacán, el señor Héctor a sus 47 años ya tenía cierto reconocimiento, así como en la SARH, empresa donde trabajaba, ahí su empleo era de técnico dibujante. El destacaba por ser remero, marchista, nadador y sobre todo cantante y compositor de canciones, lo que le hizo ganarse la simpatía y amistad de mucha gente; algunos incluso lo apodaban "chanoc", comparando sus habilidades con el de un personaje de cine.

Era el jueves 8 de Octubre de 1981. Cuatro jóvenes paseaban en una lancha por el Río Humaya y al parecer no les importó que el nivel del río no cesara de crecer. Iban y venían, recuerdo que hasta los vi pasar e iban cantando de puro gusto. Pero no prestaban atención a lo que sucedía, las aguas seguían tomando fuerza y crecían y crecían sin parar. La fuerza de la corriente era tal que se volcaron. Dos de ellos, los mas hábiles lograron salir nadando. Pero, ¿Que pasaría con los otros dos?

Era una noche muy oscura, sin luna y Héctor aún estaba dedicado al salvamento de sus bienes, ya que el río había llegado a cubrir su casa a más del 50% de altura  Fue cuando alguien llegó apresurado a pedirle prestada su canoa, la cual debía medir unos 3 metros de largo por unos 80 cmts. de ancho aproximadamente.
En el lugar de los hechos se encontraba a unos 600 metros de su casa, donde elementos del Ejercito, Bomberos y Cruz Roja titubeaban en lo que deberían de hacer y, al parecer nadie se atrevía a entrar al río.

Eran como las 21 horas y los dos jóvenes estaban a unos 100 metros de ahí y sobre una pequeña isla en medio del río. El agua había subido a una altura de 2.12 metros sobre su nivel natural, causando que solo las crestas de los arboles quedaran disponibles para que se aferraran a ellas. Pero los muchachos no estaban juntos, sino a unos 25 metros de separación uno del otro.

Nadie se atrevía a entrar, puesto que veían pocas posibilidades de salir bien librados. El temor los invadía porque el agua además arrastraba consigo infinidad de arbustos y troncos a gran velocidad.
Sin embargo, no había mas tiempo que perder, ya era un asunto de vida o muerte.

Héctor conociendo su destreza para remar no pudo esperar mas y de inmediato solicitó un voluntario para que lo acompañara. Se necesitaba un lastre para la parte trasera de la canoa, un contrapeso.
Los presentes poco a poco retrocedían. El sentido común les decía que aquello era casi un suicidio.

Un angustiado y perturbado joven se ofreció, diciendo que el era hermano de una de las víctimas. Héctor lo rechazó de inmediato, alegándoles que no debía ser ningún familiar para evitar sumar un accidente mas, por algún descontrol emocional.

Finalmente aparece otro voluntario, el cual a la fecha se desconoce su identidad.
Héctor le da instrucciones:

—No te vayas a mover, te quedas quieto ahí atrás ¡sentado!
Decide remar a contracorriente, hasta estar unos 100 metros arriba, para poder lanzarse, aprovechar la fuerza del agua y acercarse a uno de los jóvenes. La canoa debía ir en contra y casi horizontal de manera que la corriente le pegara de lado. Usando la misma velocidad del río, buscarían acercarse.

Fue al segundo intento que se lograron aproximar a las ramas de un árbol de la isla, y al estar cerca de uno de ellos que se encontraba agarrado de un sauce, Héctor le empieza a gritar para calmarlo:

—Ya estamos aquí, aguanta, ya se te acabó el problema. —Pero apenas podía verlo por la escasa luminosidad, ya que los bomberos con las luces de sus camiones poco lograban iluminar desde esa distancia.

El asustado joven solo sacaba la cabeza de las bruscas aguas.

El remador y acompañante como pudieron se pegaron al árbol y ya cerca de el le gritó:

— ¡Tienes que hacer lo que te diga y todo saldrá bien... vente, sueltate... ven acá! —Al fin lo hace y le ayuda a subir jalándolo por el calzón. —¡Súbete! —Le ordena.

El joven con un gran esfuerzo logra abordar la canoa. Héctor le sugiere:

—Acuestate en el fondo, te llevaremos a la orilla. —¡Gracias! —Apenas le respondió con una voz apagada.
Una vez colocado en tierra recibiría atención inmediata por parte de la cruz roja. Mientras Héctor y su compañero en el otro extremo de la canoa maniobravan por repetir la hazaña, remando fuertemente por la orilla hasta llegar al punto de poder lanzarse de nuevo por el segundo chico que por fortuna seguía ahí agarrado a una de las ramas.

— ¡No tengas miedo, ¡sueltate... lánzate, aquí te agarro! —Le gritaba.

Notó que aquel muchacho estaba realmente dando su último esfuerzo, pues no conseguía subirse. La cosa se complicó. Héctor lo toma también por el calzón para poder subirlo a como diera lugar. Debía sacar fuerzas ante su propio cansancio y ayudar a este joven quien había llegado a su total agotamiento; lo jaló fuertemente haciendo un esfuerzo sobrehumano, hasta lograr al fin subirlo. También le ordenó que se acostara, pero el no respondió ya a esas palabras... solo se desmayó y quedó tendido en el fondo de la nave.

Habían llegado justo a tiempo pues tal vez con la demora de unos tres minutos más ya no lo hubieran encontrado... y el río habría ganado esa batalla.

Una vez en la orilla, Héctor debía cargarlo, pues parecía más muerto que vivo; por fortuna estaba con vida.

Bomberos y Cruz roja ya los esperaban.

Héctor, con la ayuda del cielo y un valiente joven quien lo acompañó, logró sin pretender ser héroe, una valerosa hazaña que había durado apenas unos treinta minutos.

Ahora, solo quedaba en su mente el gran reto de sacar adelante su propia vivienda, lo cual significaba que había mucho trabajo por hacer, afortunadamente con la ayuda de su esposa Rosario y sus 6 hijos.

Cuando le preguntaron si conocía los nombres de las personas rescatadas, el dijo que nunca los supo, que cuando el hacía una acción como esas, lo que menos importaba eran los nombres, o si después volvían para agradecerle; que lo importante era simplemente...

Qué se habían salvado.

—Redacción: Héctor Buelna, hijo



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 LE 
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