—Mi Propio Laberinto del Fauno—
Desde niño diferencié de entre la realidad
y un sueño; recuerdo sueños que tuve desde muy temprana edad, y estaba
consciente de que lo eran... Sueños.
La realidad la tenía muy separada de mis
sueños, aunque claro, como todos los niños, fantaseaba mucho con cosas
imaginarias, pero entonces, sabía muy bien que era la realidad y que no lo era.
Hace pocos años, salió la excelente
película de El laberinto del Fauno. Cuando la vi, me identifiqué, pues éste
fauno, solo se le aparece a una niña, solo ella lo podía ver y los adultos no,
y además sucedía en un bosque... Él quería la vida o el alma de un ser
inocente, cuando la vi de inmediato me acordé de mi caso cuando niño.
Era 1978. Había un libro de editorial
Salvat, guardado entre un montón de libros más, que pertenecían a mi papá, pero
éste era el que mas morbo me causaba de ver, por la atracción a los
desconocido. Era sobre misterio y ocultismo, yo aun no iba a la primaria, ─no
fui llevado al jardín de niños tampoco─ no sabía leer aun, pero me daba miedo hojearlo
por sus imágenes, que para mi, a esa edad, algunas era aterradoras. En una
página venía la imagen de lo que parecِía un macho cabrío parado en dos patas,
rodeado de gente, de noche, en la intemperie de alguna zona rural. Su mirada
era espeluznante... Y, esa imagen era muy similar a lo que luego llegaría a
ver, y que tanto miedo me daría, pero la vería en pleno día.
Repito, no recuerdo para nada que fueran
sueños, mejor dicho pesadillas. Desde entonces memoricé cada detalle de lo que
había visto… a la fecha.
"El Galerón", así le llamábamos
a ese oscuro y tétrico lugar. Un galerón al fondo del patio de la casa, mucho
mas grande que nuestra propia casa. Era como un almacén abandonado; entraba muy
poca luz del techo o de las paredes, gracias a los ladrillos derrumbados. Era
de ladrillo rojo; sin enjarrar y sin pintar. Por dentro todo era un tiradero de
cosas abandonadas, tipo basurero, entre escombros, telarañas y cosas para
reciclar, tal vez eran guardados con el propósito de volverlas a utilizar. En
las noches era un lugar totalmente en tinieblas, y por los días, parecía una
bodega abandonada que guardaba muchos secretos; y ahí fue donde se nos apareció
a tres personas la primera vez que lo vi, éramos dos niños y a un adulto. El
adulto era un Tío llamado Efrén, mismo nombre de mi primo.
Era un tarde-noche como cualquier
otra, algo estaba buscando mi tío, y fue cuando fuimos a este galerón, él, su
hijo y yo, en la búsqueda de tal vez alguna herramienta u objeto que él
necesitaba. Y, fue cuando lo vi por primera vez; en un rincón, ahí estaba ese
ser espantoso, parado atrás de mi tio, de repente volteó para dirigirme su
mirada (el fauno)... Pensé ─en breves segundos─ que algo le haría y que luego
seguiría con los niños. Le grite a mi tío que ahí estaba el diablo, y él volteó
de inmediato a ver a donde le señalé, y recuerdo que se asustó mucho, mas no sé
si lo vio... nos fuimos corriendo despavoridos los tres, hacia una parte rota
de la pared; por ahí mismo habíamos entrado, o sea, por un agujero hecho en la
pared que alguien hizo por algún motivo. Lo cierto, es que a ese lugar nadie
entraba, los adultos nos decían que nunca deberíamos pasar al galerón
prohibido.
Despavoridos, tratamos de salir de ese lugar, por ese agujero en
la pared, uno por uno, agachándonos; se me hizo eterno poder salir de ahí,
recuerdo aquel miedo tan grande que nos dio.
Mi primo, era un año mayor que yo, le
pregunté pero él dijo que no vio nada, no tuvo tiempo. Y en cuanto a mi tío, ya
no lo vi de nuevo para preguntarle ─pasados los años─, yo dudaba, realmente ¿lo
vio él también?, o ¿sólo fui yo?, mi tío murió tiempo después, por eso es que
nunca le pude preguntar.
La segunda vez que vi al “Fauno”,
fue justo afuera de éste galerón, por la parte rota de la pared, como si aquel
ser se hubiera salido a asomarse cuando escuchó mi voz.
Ese mediodía me había portado mal, alguna
travesura que hice, entonces mi mamá me dijo: "Ah ¿conque te portas mal y
no me haces caso? Te voy a llevar al galerón, ahí espantan".
"¡Nooooo!", gritaba
lloriqueando yo, agarrado muy fuerte del tallo de un arbolito de bugambilia,
"¡Nooooo, no me lleves para allá!", y es que estaba viéndolo de
nuevo, a ese macho cabrío o lo que fuera, ahí parado sobre sus patas traseras,
solo mirándome fijamente, y hasta podría decir que con una ligera y maliciosa
sonrisa. Pero mi mamá no lo veía, ella estaba de espaldas a él, yo se lo
señalaba pero no recuerdo que volteara a verlo, por lo tanto ella no vio nada;
El fauno, parecía saborearse de la idea de que me llevaran hacia él, casi creo
que escuchaba su rara forma de respirar, pero no me pudo soltar mi mamá del
arbolito, y en realidad no creo que me hubiera llevado para allá.
“Ahí está ese diablo”, le decía yo, llore
y llore. Y al fin me soltó mi mamá, para que ya me callara, supongo. Después,
solo corrí al interior de la casa.
En ese entonces, a esa edad solo pensaba
en que había visto al diablo, en mi pequeña mente no había mucha información,
por eso lo relacionaba con las imágenes de aquel libro que les mencionaba al
principio de este relato. ¿Qué era aquella cosa? No lo supe, creo que algo me
quería decir y como no fui hacia él para averiguar que quería, pues no lo
supe... Si fuera algo diabólico tal vez me hubiera seguido, pero no lo hizo en
ninguno de los dos casos que lo vi. Poco después dejamos de vivir en aquella
casa, una de las pocas que había en ese rancho rodeado de árboles. Tal vez por
eso ya no supe mas del “Galerón del fauno”, como ahora le llamo, ni de aquel
oscuro ser que parecía vivir ahí.
Ya grande y a distancia, sé que no fue un
sueño. Ese "fauno" se nos manifestó a mi y a mi tío, donde quiera que
él esté. ¿Por qué no lo vio mi mamá? Porque no dirigió su vista a donde yo
miraba; lo vi en plena luz del día y también aquella tarde. Aun todavía puedo
describirlo, todavía recuerdo el jadeo de su andar, y las huellas que dejó
plasmadas a la salida de su galerón.
—Héctor B.M.—
Gracias por compartir esta experiencia estimado Héctor, esas vivencias de la infancia siempre son historias muy interesantes, dicen que los niños no mienten, y en su sensibilidad ven lo que los adultos no pueden ver, ¿quién no lo vivió en su infancia?