Disfrutaba de lo mejor de la vida; eramos pobres, muy pobres, pero lo teníamos todo y vivía cada día como si fuera el primero y el último de mi vida.
Era un placer vivir en Tijuana; todavía recuerdo su viento, su playa y su marea; utopía real en que vivía, con los placeres más sencillos de la vida…
Algo me engañó y me dijo; que la felicidad era tener de cosas; dinero, lujos; de vivir en la opulencia; y me fui a buscar esta opulencia, lejos a un país helado.
Ahora parece que lo tengo todo; el refrigedador repleto, carros, ropa de marca ; —y muchos abrigos— y una gran familia; pero parece aquí el tiempo que vuela; encerrado vivo en una jaula; y aunque la jaula sea de oro, sigue siendo jaula; deprimido y extrañando —ahora vivo—; dejando pasar los años; atado, con miedo; ahora recordando y diciéndome a mi mismo:
¿Quién me dijo qué lo dejara todo? —Nadie— algo me engañó y yo que caí a lo tonto...
Tijuana —y su callejón Coahuila— la de sus dos toreos, Tijuana la de los vientos cálidos, —la de la Libe— la que ríe cuando sufre; la de ¿qué onda güey? la que siempre comparte, la de la carrilla, la de la Primera, la Segunda y la Tercera —la de la Revu y la de la Consti— calles y barrios míos, calles que no olvido... Tijuana, la de mi tía Lola, la de mis padres, Martín y Aurora, gente que perdí estando tan lejos.
Ya eché raíz en otros lados, los hijos y los nietos; que también son felicidad, pero sinceramente, nada como la que yo tenía.
Yo era feliz en Tijuana
Con saludos, desde Chicago, Illinois,
—José Montes—
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