Quién sabe qué tiene el corredor turístico que corre de Ensenada para Tijuana, que aunque esté como esté; siempre me rescata de alguna forma u otra, parece que hoy había sido la excepción…
Un dolor de muelas me llevó a Tijuana; tuve que salir de emergencia en taxi para Tijuana; exactamente a las nueve y fracción de la mañana porque siendo sábado de competencia ciclista, cierran la carretera; y, “después de las doce, ya no trabajo” dice Marco mi amigo dentista; por cierto, muy buen dentista, además no es carero. Así que tuve que salir con casi tres horas de anticipo para llegar a su consultorio.
Iba pensando, por el camino, en lo difícil que es ir haciéndose viejo, pensamientos iban y venían pero yo no me quería quedar con ninguno; los observaba y sin hacer un drama interior, trataba dejar pasarlos, y de pensamiento a pensamiento, me iba al otro: “ya el próximo año voy a alcanzar la mayoría de edad, ¿para votar?, ¡No, para convertirme en un adulto mayor!” “¡las muelas!” “¡Ya me hice viejo”, “¿una dentadura postiza?”, “¡mis mil achaques!, el goteo, el estómago, la piel”. La piel facial me preocupa, pues quién sabe por qué me salió una serie de mezquinos que me recuerdan a la Osa Mayor en la frente. "¡Basta de quejas!"
Tantas cosas iba pensando, y aunque no me quería quedar con los pensamientos; ahí estaban y miraba de mí mismo virtualmente la frente arrugada, reseca y con esos mezquinos “estelares” en mi sien. No quería pensar más; gracias a un salto por un bache retomé mi conciencia, volviendo al presente por un instante y a la vez recordando que en estos lares era donde yo iba de un lado a otro, de Tijuana a Ensenada, y de Ensenada a Tijuana por la Libre; mismos lares, aquellos años. "¡Ya basta estás aquí y ahora!"
Aprovechando que el taxista se hizo a la derecha para recoger su pasaje, voltee a ver el retrovisor para ver mi cara, para ver mis defectos en la frente... Distrajo —por fin— mi desencadenada forma de pensar el joven que se subió, un joven como de 20 años, y sin querer al subirse al taxi, le miré su frente, limpia, sin el ceño fruncido, sin granos ni mezquinos; al sentarse a lado de mí, me di cuenta que me identificaba de cierta forma mucho con él, así era yo, así fui yo, con el mismo rostro sin resequedades, ni manchas; con la misma grasa y el mismo nivel de pH, incluso portaba también una cicatriz muy parecida a la que me ha acompañado toda la vida, esa de la que nadie en mi casa me quiso hablar, ¿quién me descalabró?
Si se valiera, socialmente hablando, le hubiera tomado una foto al rostro de ese joven, particularmente de la sien, de los ojos hacia arriba, pues ha de cuenta que me veía en un espejo “túnel del tiempo” para verme a mí mismo; el de aquel entonces. Quise dirigirle unas palabras, pero iba de malas, “el dolor de muelas”, “qué va pensar”, “qué va pensar la gente”, uno llega a una edad que lo que es socialmente aceptado importa mucho. Me identifiqué mucho con este joven; era como un milagro, verme a mí mismo, el de hace tantos años; el mismo porte, la misma forma de vestir, mi misma timidez, su frente mi misma frente. Claro, no podía observarlo detenidamente, “¿y este maniaco?” va decir; va decir la gente, por eso saqué mi celular y quise dirigir mi atención al móvil, mientras él sacaba el suyo.
Un movimiento brusco del carro de adelante hizo que el taxista frenara de repente. La gente le grita groserías al taxista. El joven, con su joven brazo me sostuvo del pecho para librarme de un golpe en la frente, y aunque parezca broma, yo quise hacer lo mismo, sostenerlo para que no se golpeara; nuestros cuerpos se fueron de golpe para enfrente. La gente no dejaba de decirle insultos al taxista, le dije a una señora que asustada lo tonteaba: “los conductores no tienen la culpa de lo que hacen los conductores de enfrente, sobre todo cuando el tráfico es denso porque ha sido modificado por la carrera de ciclistas”. La señora apenada me da la razón y le pide disculpas al taxista. Le digo al joven, "gracias, yo también hice por protegerte".
Entrando de la Libre al bulevar Agua Caliente y Cuauhtémoc, ya en Tijuana, el joven le dice al taxista donde lo deje, y yo quise verlo por última vez, y le digo, “discúlpame, simplemente me recuerdas mucho a mí mismo, así como eres tú, así fui yo”.
El joven con un pie ya fuera del carro, y con lo que creía era un celular en sus manos, me voltea a ver y dice:
—“Yo sé quien eres, ¿qué no me recuerdas? Mira, tu cartera y ésta, tu licencia. Tú eres yo, ¡hasta entonces, yo!”
El joven se despide con un saludo de mano; sintiendo que estoy tomando de mí mismo con mis propias manos, le paga dos pasajes al taxista, cierra la puerta y se queda ahí. El taxista arranca el carro y me pregunta, "¿Y, este loco?"
—Ese loco era yo.
El joven se despide con un saludo de mano; sintiendo que estoy tomando de mí mismo con mis propias manos, le paga dos pasajes al taxista, cierra la puerta y se queda ahí. El taxista arranca el carro y me pregunta, "¿Y, este loco?"
—Ese loco era yo.
Hola, Diana. Gracias por tu amable comentario, y gracias por invitarme a leer el tuyo, que por cierto ya tuve la oportunidad de visitarlo, Excelente. Saludos cordiales.
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