Cuenta una leyenda, que por allá a finales de 1720 todas las embarcaciones que conformaban la flota de Loreto, estaba esperando que los misioneros abrieran la temporada de buceo de perlas con la ceremonia religiosa acostumbrada, donde los pescadores iban a buscar la protección divina.
Después que asistían a la misa todos los buzos, los misioneros se embarcaban en unas pequeñas chalupas e iniciaban una procesión por la ensenada de Loreto, donde eran seguidos por las embarcaciones de los buzos, quienes cantaban y rezaban; luego se dirigían hacia la isla del Carmen y los sacerdotes mas viejos regresaban a la playa, pero uno o dos de los sacerdotes mas jóvenes, siguieron en sus ligeras embarcaciones a la flota de buzos, para recoger las primeras perlas que se dedicaban a la virgen de Loreto patrona de la población. Las embarcaciones de la flota perlera, fueron escogiendo los lugares donde sabían que se encontraban los placeres perlíferos.
Serían cerca de las diez de la mañana, cuando en una de las embarcaciones iba un indígena pericú muy alto y musculoso, el bote se paró y tiraron el ancla, el buzo se preparó atándose la redecilla para recoger las conchas, tomo su fisga para espantar a los tiburones y después de haberse persignado, se encomendó a la virgen y se tiró al agua. La profundidad en ese lugar era de trece brazas adonde no bajaban otros buzos, pero el indígena era muy vigoroso y fácilmente llegó al fondo del mar donde encontró un rico placer. En eso vio una enorme concha y al tomarla de repente se le oscureció todo alrededor; era la sombra de una enorme manta cubana que se detuvo encima de él.
El indígena se dio cuenta de inmediato del peligro que esto representaba para él, pensó de inmediato en la virgen y se asió de una enorme piedra, la manta gigante lo vio y empezó a acercarse al indígena. No supo que hacer pues su situación se volvió angustiosa, y cuando ya estaba lo suficientemente cerca, recordó que en la mano traía la fisga que le servía de defensa y con un fuerte golpe se la clavó atrás de la cabeza; la manta se revolvió furiosa por el dolor y ascendió dejando remolinos de agua, que permitieron que el joven ascendiera velozmente hacia la piragua donde él había iniciado su buceo.
La manta regresó tras de su presa, y cuando el joven estaba por tomarse de la borda, el pez llegó casi a un lado del indígena cuando sus compañeros lo arponearon desde la embarcación. La manta inició un veloz nado a través del mar, y cuando el cabo del arpón llegó al final de toda su extensión, empezó a remolcar a la piragua, la proa de ésta golpeó al indígena dejándolo semiinconsciente. El animal nadó en todas las direcciones en forma loca, hasta que por fin sucumbió.
Cuando la piragua regreso por el indígena lo subieron a bordo y cuando recobró el conocimiento el solo alcanzó a decir: -Que mala suerte tuvo hoy la Virgen conmigo, yo que le quiero regalar muchas perlas y solo saqué esta ostra- El capitán del chapulín tomó al bivalvo y con su cuchillo abrió a la ostra y se llevó una sorpresa, en el fondo de la concha se encontraba una gran perla casi transparente de color blanco y nítido oriente, brillaba con todos los colores del arco iris, con un gran tamaño y forma, parecía un huevo de paloma.
Todos lo que estaban en la embarcación guardaron silencio y muy emocionados regresaron hacia Loreto sin intentar pescar más perlas. Total, que la que dirigió a la panga hasta ese lugar, la que escogió al buzo, la que lo llevó hasta el fondo, la que lo salvó de la manta fue la Virgen; la perla le pertenecía totalmente a ella y fieles a sus creencias la depositaron en su custodia.
Siempre se ha hablado de esta leyenda por toda la Baja California, que se conoce como la “Perla de la Virgen” Así me la platicaron y así se las transcribo.
—Francisco Lavin—
No hay comentarios:
Publicar un comentario