jueves, 4 de octubre de 2012

Fray Dago y su Paso por Tijuana


No, fray Dago no tiene nada que ver con el Padre Kino o fray Junipero Serra; nada que ver con la histórica evangelización regional —ni mucho menos de ningún escandalo de los que ahora se ven de vez en vez en la tele. Fray Dago era uno de los frailes que habitó en la casa del Templo de San Francisco en Tijuana, en la calle Tercera, frente al Parque Teniente Guerrero.

Es que si una vez un pobre —muy pobre— a mi parecer un vagabundo, quería ponerme a vender pastelillos de queso en el parque; no fue el único que quiso ponerme a trabajar; iniciando mi propio negocio en el área...

Fray Dago era el más acertado de los frailes; yo iba entonces los domingos a ese templo; y después de misa me iba a comer pozole o tamales al restaurancito que tienen ahí un grupo de abuelas —y abuelos— a ladito del templo. Ahí fue donde conocí a fray Dago y a los demás frailes del templo de San Francisco; Dago en mi opinión era un joven muy atento; sé que no debo hacer comparaciones; pero en comparación a los demás frailes, los otros pecaban de ser no muy atentos; o no muy educados; parece ser que San Francisco cuando fundó la orden no exigía educación a los hermanos que quisieran pertenecer a la fraternidad; y podía entrar cualquiera, sin o con educación; así lo entendía..

Yo trabajaba entonces en una compañía de información cibernética; pero las crisis de entonces llevaron a la compañía a hacer —continuamente— ajustes de personal y llegó el día que me tocó el recorte.

Les platiqué a los frailes; para que además de orar por mi, me ayudaran a encontrar trabajo entre los feligreses; pues sus feligreses de lejos parecen ser personas empresarias y comerciantes, maestros y doctores.

—Aunque sea llevando el libro, archivando datos; o en el peor de los casos, limpiando la clínica de alguno de tus conocidos, —le dije a fray Dago.

—No, hermanito, ya es tiempo que deje la compu, es malo trabajar toda la vida exponiendo su vista, sus ojos, al intenso brillo de los monitores; y olvídese de trabajar en el área de limpieza, usted no fue educado para eso. Creo que ya es hora que ponga su propio negocio.

«Ya está un poco viejo, hermano, no le van a dar trabajo en ningún lado; mira, cómprese un carrito de paletas y póngase a vender paletas heladas; aquí en el parque se venden porque se venden.

»O, comprese unas dos docenas de donas y pongase a vender donas, le aseguro que en menos de ocho horas las vende todas, aquí en el parque. Yo lo ayudo.


Francamente, no esperaba de fray Dago estos concejos, de ponerme a vender donas o paletas heladas en las áreas vecinas del templo. Tampoco me gustó darme cuenta que no podía contar con ellos —los frailes— para que me ayudaran a encontrar trabajo entre sus conocidos. ¿Yo de paletero? ¿de vendedonas? —No, gracias—.

Pero, al poco tiempo me llamaron de la compañía donde trabajaba y me volvieron a contratar; y ya no tuve tiempo de convivir con mis amigos los frailes los domingos; y el templo me quedó otra vez lejos.

Tuvo que pasar un par de años para regresar al templo y a su parque; y si tengo algún ritual secreto; es de cuando puedo ir al área, siempre me siento al menos por unos instantes en alguna de las bancas de ese parque frente al templo.

Esta vez fui preparado con una hamburguesa y una soda; y mientras disfrutaba de mi día de campo, observaba que las abuelas y los abuelos de aquel restaurancito parecen ser siempre los mismos, —nunca cambian— como nunca cambia el mismo templo y el mismo parque...

Y mientras pensaba en estas cosas; un —¿una paleta, jefe?— de la voz de un paletero interrumpió mi pensamiento.

—No, gracias, —le dije, y agregué—: Una vez uno de los frailes de ese templo me quiso poner a vender paletas, ¿qué tal el negocio? —le pregunté.

—No es la gran cosa, pero me distraigo y me entretengo y me deja unos centavos; ha de haber sido fray Dago ¿verdad?.

—Sí, fray Dago, mira que chiquito es el mundo.

—A mi me ayudó a conseguir este carrito, ya lo cambiaron; pero en su estancia en Tijuana, ayudó a otras personas a trabajar vendiendo; tamales, dulces, donas, y paletas heladas.

—A la mejor un día sigo su concejo y me pongo a hacerte la competencia —le dije.

—El sol sale para todos, amigo, el parque es muy noble y el templo muy rico. Paz y bien.

Entonces entendí otra cosa; que San Francisco aceptaba gente con o sin educación para su orden; pero a la que tenía educación le pedía compartir su sabiduría con los otros; como fray Dago; que aunque fue breve su paso por Tijuana; ¿quién sabe a cuantos desempleados ayudó a auto-emplearse? Y aunque no se encuentre en el templo, ni en el parque, ni en ningún lado de él —una estatuita— por tu empeño de ayudar a auto-emplearse al que trabajo no tiene; para mi ya eres fray Dago, una leyenda.

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