Tijuana B.C.- Mi historia coincide en la época cuando la colonia Cacho no era tan popular; cuando la Cinco y Diez era el limite de la ciudad y todavía no estaba el Libramiento... Mi anécdota que aquí relato, era cuando las mejores fiestas —navideñas, bodas y quinceaños— se hacían en el Campestre; y bastaba con ser invitado para ser bienvenido; probablemente al marco de a fines de 1960.
Sí, claro, había otros salones de baile —muy buenos todos— pero el del Campestre tenía entonces un sello siempre especial, sus candelabros, su majestuosidad y su foro; todo de terciopelo; todo espectacular... Y claro, sus cosas misteriosas.
Estaba próxima a casarse la hija de mi jefe inmediato de la empresa donde trabajaba —la embotelladora La Victoria— y yo todavía me encontraba soltero; y ¿cómo a quién le den pan que llore? —con ganas de vivir a lo máximo— joven, con la ilusión de conocer la mujer que buscaba, y de codearme con gente importante... Por eso de manos de mi jefe recibí con mucho gusto esa invitación a la boda de su hija.
El salón estaba expectacular, creo que era una orquesta popular la que estaba tocando en vivo la mayor parte del repertorio de esa noche; y fue cuando la miré a ella, coqueta, curiosa y bella, que con su mirara captó —totalmente— mi atención.
Y al son de una melodía la saqué a bailar, parecía que volábamos al son de violines y tambores tropicales; y mientras bailábamos, sus ojos —con los míos— me hablaban, expresándose totalmente; diciéndome tantas cosas; platicamos poco; pero lo suficiente; parecía que tan solo al vernos nos entendíamos...
— ¿Cómo se llamará esa melodía? —le pregunté.
Levantó los hombros y nada más sonrió. Y me parece que la orquesta la volvió a tocar especialmente para nosotros dos.
Sin darme cuenta, se empezó a hacer tarde; los novios por fin salieron del salón para irse ya a su luna de miel; poco a poco, los invitados se empezaron a ir; cuando le dije: —Lorelei, ¿te puedo llevar a tu casa?
—Sí, pero espera, déjame ir por mi abrigo, no tardo.
Lorelei, no volvió... La fui a buscar al área donde la gente podía guardar sus abrigos, y no me supieron dar ninguna información, simplemente me dijeron, no ha venido ninguna dama a recoger ningún abrigo. Pensé que probablemente estaría en el baño y la esperé.
La esperé y no salió... La busqué y no la encontré...
Le pregunté al papá de la novia, mi jefe inmediato, que todavía se encontraba ahí despidiendo a los invitados al terminar la fiesta —¿Lorelei es familiar de ustedes?
—No, tal vez sea amiga de mi hija. Cuando regrese de su luna de miel se lo preguntaré. —y agregó— no te aflijas, ya vez como son las mujeres, a la mejor Lorelei no se sintió en confianza contigo después de todo. Y se quiso ir por su cuenta.
Esa noche, adolorido, herido, pero todavía enamorado; no dejaba de pensar en ella —y en esa melodía—. Una melodía que en mi sueño al bailar volaba con ella; y como era una melodía que no tenía letra, al oído le inventé una; y en mi sueño se la cantaba a ella... Lorelei, yo te quiero, yo me muero por tu amor...
Nunca me supo decir mi jefe inmediato quien fue esa joven; no fue invitada de su hija, ni de su yerno; pues su yerno no invitó a ningún familiar o amistad con el nombre de Lorelei.
La busqué por muchos años.
La soñé toda la vida; le canté al oído al son de esa melodía por muchas noches —aun casado con otra— y cuando supe el nombre de esa melodía y de quien era; la busqué —recientemente, ahora con el ínternet— después de tantísimos años para darme cuenta que esa melodía tiene letra; la misma que en mis sueños —salvo dos o tres palabras— se la cantaba a ella...
woo0w.!!!
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