
Ah! que hermosos aquellos días de la juventud, que bajo cualquier pretexto huía de la casa y me reunía con los amigos del ayer.
Tijuana aun era muy pueblerina y las lluvias —fuertes torrenciales— "trasladaron" literalmente la colonia San Martín, a las orillas de la pueblerina Tijuana, a lo que ahora es la Colonia Sanches Taboada.
Allí a la luz de las luces de las baterías eléctricas y las fogatas —o de alguna plantita eléctrica— nos reuníamos los amigos de entonces. No importaba el motivo, todo era bueno, no era necesario un cumpleaños o algún evento para convivir, en serio, todo era bueno.
Cantábamos, reíamos, tomábamos, comíamos; pero sobre todo, platicábamos en el mejor de los ambientes.
Una vez, a la luz de una de esas fogatas, en ca' de Luz, a uno de los amigos Luz pregunto: —¿Oye, tú que haces aquí a esta hora de la noche? Nunca nos acompañas hasta esta hora.
—Lo que pasa, mi querida Luz, que sufrí un accidente y quise venir a convivir con ustedes antes de por fin partir al más allá. —Luz tomo muy enserio lo que parecía una muy buena broma de mi amigo.
—Mira, toca me, estoy vivo Luz, se trata solo de una broma.
—Entonces, ¿Por que estas tan blanco y tus ojos tan penetrantes?
—Mira, Luz, siempre he sido blanco y siempre veo a la gente directamente a los ojos.
Tuvimos que rezar un padre nuestro, para calmar las ansias de Luz y de las demás muchachas que ya se habían contagiado de la histeria de Luz.
Rumbo a casa, acompañado de mi amigo:
—Que susto le diste a las muchachas— le dije,
—¿Cual susto? —me dijo mi amigo—, pues allí en el barranco estoy tirado, mañana pasa por mi querido amigo.
De puro susto, corrí hasta perder de vista a mi amigo, y a la mañana siguiente, Dios mio, allí en el barranco estaba tirado mi amigo. Precisamente allí, en lo que hoy se conoce como el barranco del muerto.
Relato como fue narrado por vecino de la colonia Sanches Toboada