martes, 1 de enero de 2013

La Señora de las Velas

En ¿qué iba pensando? En llegar al mercado negro para comprarme unos sabrosos tacos de pescado, minimo; un requisito, no importa el motivo; siempre que voy a Ensenada; llego, y ahora iba, simplemnete para romper la rutina.

Lo malo que se me ourrió esta brillante idea, ya cuando eran como al cuarto para las cinco, —¿y si ya está el mercado —negro— cerrado? —Me lo ponderaba para mi mismo.

Y como no traía tanto dinero, iba por la libre. No sé por qué; pero traía mucho frio, pero pues ya estamos entrando a noviembre.

Me preocupó mucho ver a esa señora, exactamente en la ermita —y a esa hora— ya casi para oscurecer. Tratando de ser un buen samaritano, detuve mi carro y le pregunté: —¿Señora, la puedo ayudar? —No, ya llegué, vengo aquí a la ermita —me contestó— nada más a prender unas velas. Gracias.

Era una señora de canas muy blancas, con una pañoleta entre morada y negra y sus ojos serios, con una cara igual, muy seria. —Siga su camino, buen hombre —me dijo.

Seguí mi camino y llegué al mercado; sí, todavía estaban la mayoría de los puestos abiertos, y el mío, o debo decir, —mi favorito— el puesto numero ocho, donde comí muy agusto.

Me acuerdo que bromié con la muchacha que me sirvió los tacos —la chava del 8— pedí tres para empezar y aunque hacía frío, me aguanté y en vez de pedir la cerveza; pedí una coca-cola; y comí muy agusto... Estoy seguro que después pedí otros dos, cinco en total y la coca.

Por eso no entiendo muy bien, despertar tan adolodido; entubado, con un brazo, una costilla y una pierna rotos; ¿varios días después en este hospital? No me acuerdo donde exactamente me accidente... Es todo lo que tengo para declarar —le dije a un oficial— y a los doctores.

—No, señor —me dijo el agente del ministerio público—: Usted no pudó haber llegado a Ensenada; por que exactamente, a las cuarto para las cinco; un trailer lo volcó —exactamente— frente la ermita.


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