sábado, 3 de diciembre de 2011
Papá, Papá Comprame un Perrito!
Anónimo dijo...
Señor editor, usted que empieza con este blog tan prometedor, con el fin de tocar las fibras más sensibles de los bajacalifornianos en estos días decembrinos, le pido por el amor a Dios, a la vida y a los valores básicos que como seres humanos tenemos, volteemos a ver a nuestros perros que viven al desamparo y que viven en la calle. Muchos echados a la calle; por personas que nunca planearon en tener una mascota y los cuales viven pasando frió, hambre y maltrato de otros perros y atropellados por conductores que les avientan el carro a propósito.
Sé que existen afortunadamente instituciones que sin fines de lucro hacen mucho por proteger esas vidas que su única desgracia fue haber nacido animal, ojala que a través de sus publicaciones pueda hacer algo por esos animalitos que son tan agradecidos con los migajas que la gente les arroja, y ojala el gobierno entienda pronto que ya es hora de que se haga algo para evitar que sigan comerciando sin ninguna sensibilidad y escrúpulos vendiendo indiscriminadamente animalitos.
Por favor, Señor editor, promueva de que en ésta época de regalos, los padres no les compren o regalen a sus menores de edad mascotas que realmente no quieren... Que comprendan y enseñen a sus hijos que son seres que sienten; alegría o tristeza igual que nosotros. La única diferencia que hay entre ellos y nosotros es que ellos no hablan; pero se expresan con sus sentimientos, no son juguetes, son seres vivos como nosotros.
Sí es cierto amigos lectores, si no tenemos la cultura de cuidar de las mascotas, no regalemos animales a nuestros hijos. Hay juguetes que hacen las veces de mascotas; de peluche, de pilas o de plástico.
jueves, 1 de diciembre de 2011
Milagro en La Mesa
José Antonio via correo electronico dijo...
Vivíamos en la colonia México Lindo, rentaba un cuarto donde vivíamos mi esposa, yo y mis tres hijos.
Avaricia, error, locura de la juventud, o por querer ganar dinero rápido y salir de mis deudas de igual manera —rápidamente— fui sorprendido en un fraude en la empresa donde trabajaba, y me mandaron al CERESO de la Mesa; donde me dieron seis años de cárcel.
Mi esposa tuvo que encargar a nuestros hijos con mi cuñada, recién casada; para ponerse a trabajar de sirvienta en una casa de la colonia Gabilondo... Pero no ganaba lo suficientemente para seguir con la renta de aquel cuarto; y mi cuñada y mi cuñado apenas empezaban a hacer su propia vida.
Ahora sí que estábamos —solos— sin parientes cerca; sin quién —pudiera— echarnos una mano; pero para entonces el CERESO de la Mesa, era como un pueblito y así era conocido. Gozábamos del privilegio, de si alguien se encontraba en una situación como la mía, podíamos traernos aquí a nuestra familia. Y se vino a vivir conmigo mi familia.
Era muy doloroso para mi esa condena, donde también por mi culpa, condenaba a vivir ahí a mi esposa y a mis tres hijos, que ya no estaban tan chiquitos y entendían todo lo que yo... lo que yo había echo y lo que estaba ahora con ellos pagando.
Tenía ya tres años recluido, y si la sentencia se llevaba a cabo a como la dictó el juez; todavía me faltaban tres... Era diciembre, y con mucha nostalgia, lloraba por la desgracia a que sobretodo condenaba a mis hijos. Sin poder regalarles nada, más que palabritas, que en realidad ya no me salían claras... Cerca de la Navidad, tocó a la puerta de mi carraca uno de los guardias y me dijo:
—José Antonio, lo llaman a la puerta.
Se trataba de la madre Antonia, que se encontraba ya adentro de este lado de la puerta de la penitenciaria... Sorprendido por que me llamó por mi nombre —no me acuerdo habérselo dado— y puso en mis manos unos paquetes adornados con moños y envoltura de regalo, —el de moño rosa es para la niña y los dos de azul, para tus hermosos otros dos.... —Me dijo la madre Antonia, con su acento americano—.
En la ausencia de mi esposa y de los niños escondí muy bien los tres regalos adentro de la carraca. Y la noche del veinticuatro, la alegría de mi niña y mis dos niños, fue mi regalo... Y soñando a lado de mi esposa, me dormí feliz ese día 24; Entonces, a los más buenos internos, según su historia y su conducta los dejaban salir el mero día 25, y antes de las diez de la mañana me avisaron que había sido yo escogido... Creía que estaba soñando.
Y libre, me fui con mi esposa y con los tres, y al ver a los niños cargando sus regalos, voltié para atrás a decirle al guardia, —deja me decirle adiós a la Madre Antonia—. Jose Toño, me dijo el guardia... —La Madre Antonia desde hace varios días se fue con sus parientes a Missouri...
Claro, pensé que había sido flojera del guardia, no querer ponerme en contacto con la madre; pero días después intente otra vez por saludarla, y otra vez, otro guardia me dijo lo mismo, —la Madre Antonia se fue desde mediados de noviembre con sus parientes a Estados Unidos...
En un mercado de la Mesa, —tiempo después la encontré— y le dije que el día de los regalos de aquella navidad, había sido el preludio de mi liberación adelantada... La madre Antonia tan solo me dijo, que de mi no se acordaba; ni de mi, ni de los regalos... Pero me felicitó por mi liberación.
¿Modestia? —No sé—.
Si la Madre Antonia no fue la que puso en mis manos esos regalos, siempre me preguntaré, ¿entonces quién?
José Antonio. Estancia en el CERESO de La Mesa 1985-1988.
Diez de la Noche y Sereno
—Toque de queda en la Chapu—
Era un viernes de 1996 de un frió mes de diciembre... Parecía un día normal, todavía estaba arreglandome para ir a trabajar; mi papá ya se encontraba desayunando. Vivíamos en la calle principal de la Colonia Chapultepec.
Todavía mi papá no acababa de desayunar, ni yo de vestirme —eran como las seis de la mañana— Cuando unos golpes muy fuertes sonaron a la puerta. Se trataba de un soldado que preguntó: —¿Quienes viven aquí? —y después de que mi papá dio los datos de nuestros nombres y apellido, el soldado dijo en voz alta y autoritaria: —De está casa, nadie sale... —y después de un breve momento, agregó—: ...y nadie entra—.
Se trataba de un cateo que se llevó acabo en varias casas de los vecinos. No podíamos creerlo, estábamos varados en nuestra propia casa... Esas primeras horas se me hicieron largas. Yo creía que ésto tan solo iba a durar un par de horas. Qué cosas tiene la vida... Varados, totalmente como en alguna película de la segunda guerra mundial. Estábamos todos pendientes en la casa a lo que sucedía afuera; pero en el canal doce, en otros canales y en el radio, de lo que sucedía en la colonia... nada...
—Nada de lo que aquí está sucediendo, —decía mi papá en voz baja—.
Estábamos comiendo todos muy tranquilos, parecía que el operativo a sus afueras, ya se estaba acabando, ya no se oían correr o hablar a los soldados. Cuando de pronto, se oyó un tiroteo... Un tiroteo que duró desde las 12 del medio día; hasta las 2 —más o menos—.
Y en las noticias: nada.
Y lejos de las ventanas, por ordenes de mi papá tratamos de entretenernos con la tele. Eran las seis de la tarde —ya habían pasado doce horas— cuando un altavoz anunciaba allá afuera: —Nadie entra y nadie sale, nadie entra y nadie sale...
No sé como se organizaron los vecinos igual que nosotros, encerrados; no sabíamos que estaba pasando realmente, nosotros todos estábamos varados. Varados en una situación —al menos para nosotros— jamas vivida.
Era un toque de queda, y otra vez el alta voz del soldado: —Nadie entra y nadie sale, nadieee entraaa y nadieee saaaleeeee... Diez de la nocheee y sereeenooooo...
Ese día las viejecítas no pudieron ir al templo, la iglesia se mantuvo cerrada. Los jóvenes no pudieron salir a la escuela y quienes trabajamos, no pudimos ir al trabajo.
A la mañana siguiente, ya no había soldados, patrullas, ni nada... Asumimos que ya podíamos salir de la casa. Tan solo había unos empleados del gobierno en amarillo, limpiando las manchas de sangre en algunas áreas de la calle.
Todavía mi papá no acababa de desayunar, ni yo de vestirme —eran como las seis de la mañana— Cuando unos golpes muy fuertes sonaron a la puerta. Se trataba de un soldado que preguntó: —¿Quienes viven aquí? —y después de que mi papá dio los datos de nuestros nombres y apellido, el soldado dijo en voz alta y autoritaria: —De está casa, nadie sale... —y después de un breve momento, agregó—: ...y nadie entra—.
Se trataba de un cateo que se llevó acabo en varias casas de los vecinos. No podíamos creerlo, estábamos varados en nuestra propia casa... Esas primeras horas se me hicieron largas. Yo creía que ésto tan solo iba a durar un par de horas. Qué cosas tiene la vida... Varados, totalmente como en alguna película de la segunda guerra mundial. Estábamos todos pendientes en la casa a lo que sucedía afuera; pero en el canal doce, en otros canales y en el radio, de lo que sucedía en la colonia... nada...
—Nada de lo que aquí está sucediendo, —decía mi papá en voz baja—.
Estábamos comiendo todos muy tranquilos, parecía que el operativo a sus afueras, ya se estaba acabando, ya no se oían correr o hablar a los soldados. Cuando de pronto, se oyó un tiroteo... Un tiroteo que duró desde las 12 del medio día; hasta las 2 —más o menos—.
Y en las noticias: nada.
Y lejos de las ventanas, por ordenes de mi papá tratamos de entretenernos con la tele. Eran las seis de la tarde —ya habían pasado doce horas— cuando un altavoz anunciaba allá afuera: —Nadie entra y nadie sale, nadie entra y nadie sale...
No sé como se organizaron los vecinos igual que nosotros, encerrados; no sabíamos que estaba pasando realmente, nosotros todos estábamos varados. Varados en una situación —al menos para nosotros— jamas vivida.
Era un toque de queda, y otra vez el alta voz del soldado: —Nadie entra y nadie sale, nadieee entraaa y nadieee saaaleeeee... Diez de la nocheee y sereeenooooo...
Ese día las viejecítas no pudieron ir al templo, la iglesia se mantuvo cerrada. Los jóvenes no pudieron salir a la escuela y quienes trabajamos, no pudimos ir al trabajo.
A la mañana siguiente, ya no había soldados, patrullas, ni nada... Asumimos que ya podíamos salir de la casa. Tan solo había unos empleados del gobierno en amarillo, limpiando las manchas de sangre en algunas áreas de la calle.
Veneno en Tijuana —1968—
Era septiembre de 1968, México estaba listo para iniciar sus olimpiadas; pero algo pasaba en Tijuana...
Aparte del narcotráfico, y sus escandalos de siempre.
Parathion, un insecticida, era fuente de contaminación de una gran cantidad de azúcar en una bodega del gobierno, matando a 17 niños, y enfermando gravemente a otras 600 personas.
Casualmente —ese mismo año— ese mismo insecticida, causaba la misma muerte para otras 77 personas, envenenadas fatalmente en Chiquinquirá, Colombia. Caso parecido al de Tijuana; pero allí se trataba de pan hecho con harina —igualmente— contaminada por parathion.
La pregunta era entonces —y sigue siendo para algunos—: ¿Quién le estaba vendiendo productos contaminados con parathion a América Latina? —«Who?»—.
Nadie supó. O dicho de otra forma: «Nobody knew».
—Louise F. Bilebof—
Leyendas de Rancho Alegre
Para los que estamos familiarizados con Tijuana, sabemos que es, y donde está Rancho Alegre, la vieja Colonia 20 de Noviembre... Una de la zonas más pintorescas, con más tradición, y más leyendas en Tijuana. Rancho Alegre, donde venden la mejor Birria, donde está el Templo de San Juan. Parte de la zona del río, donde dicen que alli rondaba en noches de luna llena, aun sin luna, allí lloraba, allí ronda y allí llora...
1). La Enlutada
En Rancho Alegre, a principio de los Sesentas, cuando estaba lleno de rancherías con arboles, vacas y caballos; y todavía era muy campestre, rondaba una vieja mujer que según se decía tenía lepra.
Se dice que esa mujer había hecho una manda ¿Porqué? Es un misterio, pero su andar era siempre de media noche...
Tocaba de puerta en puerta; y de ranchería en ranchería, para pedir cinco centavos.
Aquellos que se negaban a darselos, sufrían de travesuras que La Enlutada les hacía, por ejemplo: Abrir las llaves del agua, romper alguna maceta, o darles un susto repentino.
2). La Monja Blanca
Varios de los que aqui vivimos en Rancho Alegre lo hemos vivido; en la carretera vieja de Tecate a Tijuana —en ciertas noches— cuando el frio llega hasta los huesos, cuando uno anda solo manejando, por esa carretera, sucede lo siguiente:
Vas manejando tu carro sin importar la velocidad y exactamente cuando te percatas del frio, que sientes que por la piel se te mete y te hace rechinar los huesos; es en ese preciso instante, que en medio de la nada, y con el carro andando, toca la ventanilla de tu vehiculo, una mujer vestida así como de blanco; como si fuera una monja, vestida de blanco.
Gente importante la ha visto, pero tienen miedo reportarla; por ser jusgados de dementes o ignorantes.
3). La Muerta de Puerta Blanca
Creíamos que era un cuento; pero a un primo mio de nombre Enrique le pasó lo siguiente:
Su mamá lavaba y hacía trabajos para sustentar la casa; y cada viernes le daba a él sus centavos para ir al Cine Zaragoza.
Pues en esa ocasión le dijo: —mi hijo, hoy me pagaron tarde, y no vas a poder ir al cine. —Pero el chamaco insistió, y su mamá le dio para ir a la función nocturna. Al salir del cine no había nadie que fuera rumbo a Puerta Blanca (el famoso panteón donde esta Juan Soldado). Lugar que tenía que pasar para llegar a su casa; así que decidió irse caminando solo.
Tenía que cruzar por el panteón; y para su "buena" suerte, vio a una mujer delante de él que también iba por ese rumbo. Él le dijo: —señora, señora, espéreme, déjeme acomañarla. —Mas ella seguía andando. El caminó más rápido; para alcanzarla —y para su sorpresa— se dio cuenta que la mujer flotaba en el aire. En ese momento, la mujer dio su vista atrás; y su cara era la misma cara de un burro.
Mi primo corrió con toda su alma por donde había entrado; y al día siguiente amaneció tirado, en una alcantarilla abierta, aun con el miedo —miedo terrible— en su corazón.
4). La Llorona
Venía derecho del Río hasta las casas... todavía por allí ronda. ¿Es la misma de la que tanto hablan? No sabemos. A nosotros solo nos consta de lo que somos testigos; para nosotros, está es la verdadera historia, de la Llorona.
Salíamos de trabajar a las 10: 15 —de la noche—.
Varias veces la vimos, flotando sobre el río, dirigiendose hacia las casas. Llegábamos sin aire a la nuestra, perseguidos por ella. Creíamos que solo se aparecía en las noches de luna llena; y sin embargo, una de esas noches nos sorprendió sin luz y sin luna...
No, no era ningún ser vivo, ninguna broma, y ninguna coincidencia; era el grito y el lamento de una mujer —de un alma en pena— de la anima de la llorona.
Y mientras gritaba despavorida y tenebrosamente —Lamentandose por sus hijos— nos apresurábamos a la casa; pero que horror, desde el templo a nuestra casa, y sin luz; parecía eterno. Esa noche se escuchaba instante por instante; más cercano sus gritos. Como si nosotros fuéramos culpables, de lo que haya sido, de lo que haya pasado... o lo que sea.
Los tiempos han cambiado, ya tenemos luz mercurial todo el tiempo, se acabaron las rancherías y los paseos a pie; pero todavía, uno que otro estudiante nocturno, llega corriendo a su casa —perseguido por la llorona—.
Yo me llamo Adrian, y estos "relatos", no son relatos, son historias.
El Juglar de Rosarito
ROSARITO.- Iba camino al Pabellón de Rosarito, en taxi, flojo, casi durmiéndome en el asiento; cuando al alto de un semáforo, vi unos pies caminar en el aire a través del parabrisas. —Se ¿asustó, jefe? —me preguntó el taxista— No, tan solo me sacó de mi letargo, le dije.
Se me ocurrió tomarle vídeo para subirlo a mi blog de Leyendas, y me apuré con mis compras en el Pabellón, y en menos de 15 minutos me dirigí a pie, donde estaba este acróbata. Allí estaba sentado en un macetón de una de las tiendas mientras se ponía el semáforo en rojo.
—Amigo, —le dije— Venía en el taxi cuando te vi haciendo acrobacias, ¿voy a subir el vídeo para que mas gente te vea? Mi blog no es muy popular; pero te puede atraer cualquier cosa de fama.
—No me lo tome a mal señor, lo que pasa es que prefiero no ser popular. Vengo de Tijuana, y si me pongo aquí es por eso mismo, trabajar en esto sin que gente que me conozca, me diga algo; y ahorrar para los estudios.
—¿Cuanto ganas?
—De cincuenta a cien pesos, al día; pero no lo hago tanto por el dinero, lo hago por la adrenalina, por el reto. Por el gusto de hacerlo.
—¿Cómo te llamas?
—Diga me "Rubén"...
— ¿Lo cual quiere decir que no te llamas "Rubén"?
—Prefiero, en su entrevista que no use mi verdadero nombre; por lo mismo, no quiero que la gente cercana a mi sepa de mi "espectáculo."
—¿Te gusta mucho la gimnasia?
—Sí, claro por eso lo hago.
—¿Y no tienes miedo que te atropellen?
—Sí, pero estoy seguro de lo que hago, trabajo solo cuando los carros ya están bien frenados.
—Bien, Rubén, no entiendo por que no quieres que suba el vídeo, o de mantenerte al margen de que alguien te reconozca, pero te respeto. No lo haré.
—Nadie cercano a mi sabe de esto y prefiero que siga así, es como cuando alguien le gusta mucho lo que hace, y si lo dice mucho, luego la gente, su familia o los amigos, luego le dicen cosas. O como el exhibicinoista, que prefiere exhibirse donde nadie lo conoce.
—¿Qué, no quieres ser leyenda?
—No, todavía no —señor— estoy muy chico.
—Gracias, Rubén.
—Este es otro acróbata no es el mismo de la entrevista.—
Exsiste ¿Sí o No, Don Pisto?
Sr. Editor:
Vivo en Rosarito, y sus imágenes abundan por aquí. Mis amigos dicen que sí existe, otros dicen que no, que es producto de la imaginación. Quiero que me digan la verdad ¿existe o no Don Pisto?
Virginio
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Por su puesto Virginio, Don Pisto existe.
Mientras en este país haya una botella, y alguien que no pueda controlarla.
Mientras haya quien gaste así su semana, su quincena, su aguinaldo, y después de la cruda sufra hambre y se lleve entre sus pies a su familia.
Mientras haya un borracho, un briagadales, un viejo obeso; que por el exceso de la bebida este pansón, y no pueda con la barriga.
Lo podrás encontrar ebrio, tirado en la calle. Briago, en la casa llorando. Donde quiera que haya un alcoholizado, siempre va haber un Don Pisto.
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