José Antonio via correo electronico dijo...
Vivíamos en la colonia México Lindo, rentaba un cuarto donde vivíamos mi esposa, yo y mis tres hijos.
Avaricia, error, locura de la juventud, o por querer ganar dinero rápido y salir de mis deudas de igual manera —rápidamente— fui sorprendido en un fraude en la empresa donde trabajaba, y me mandaron al CERESO de la Mesa; donde me dieron seis años de cárcel.
Mi esposa tuvo que encargar a nuestros hijos con mi cuñada, recién casada; para ponerse a trabajar de sirvienta en una casa de la colonia Gabilondo... Pero no ganaba lo suficientemente para seguir con la renta de aquel cuarto; y mi cuñada y mi cuñado apenas empezaban a hacer su propia vida.
Ahora sí que estábamos —solos— sin parientes cerca; sin quién —pudiera— echarnos una mano; pero para entonces el CERESO de la Mesa, era como un pueblito y así era conocido. Gozábamos del privilegio, de si alguien se encontraba en una situación como la mía, podíamos traernos aquí a nuestra familia. Y se vino a vivir conmigo mi familia.
Era muy doloroso para mi esa condena, donde también por mi culpa, condenaba a vivir ahí a mi esposa y a mis tres hijos, que ya no estaban tan chiquitos y entendían todo lo que yo... lo que yo había echo y lo que estaba ahora con ellos pagando.
Tenía ya tres años recluido, y si la sentencia se llevaba a cabo a como la dictó el juez; todavía me faltaban tres... Era diciembre, y con mucha nostalgia, lloraba por la desgracia a que sobretodo condenaba a mis hijos. Sin poder regalarles nada, más que palabritas, que en realidad ya no me salían claras... Cerca de la Navidad, tocó a la puerta de mi carraca uno de los guardias y me dijo:
—José Antonio, lo llaman a la puerta.
Se trataba de la madre Antonia, que se encontraba ya adentro de este lado de la puerta de la penitenciaria... Sorprendido por que me llamó por mi nombre —no me acuerdo habérselo dado— y puso en mis manos unos paquetes adornados con moños y envoltura de regalo, —el de moño rosa es para la niña y los dos de azul, para tus hermosos otros dos.... —Me dijo la madre Antonia, con su acento americano—.
En la ausencia de mi esposa y de los niños escondí muy bien los tres regalos adentro de la carraca. Y la noche del veinticuatro, la alegría de mi niña y mis dos niños, fue mi regalo... Y soñando a lado de mi esposa, me dormí feliz ese día 24; Entonces, a los más buenos internos, según su historia y su conducta los dejaban salir el mero día 25, y antes de las diez de la mañana me avisaron que había sido yo escogido... Creía que estaba soñando.
Y libre, me fui con mi esposa y con los tres, y al ver a los niños cargando sus regalos, voltié para atrás a decirle al guardia, —deja me decirle adiós a la Madre Antonia—. Jose Toño, me dijo el guardia... —La Madre Antonia desde hace varios días se fue con sus parientes a Missouri...
Claro, pensé que había sido flojera del guardia, no querer ponerme en contacto con la madre; pero días después intente otra vez por saludarla, y otra vez, otro guardia me dijo lo mismo, —la Madre Antonia se fue desde mediados de noviembre con sus parientes a Estados Unidos...
En un mercado de la Mesa, —tiempo después la encontré— y le dije que el día de los regalos de aquella navidad, había sido el preludio de mi liberación adelantada... La madre Antonia tan solo me dijo, que de mi no se acordaba; ni de mi, ni de los regalos... Pero me felicitó por mi liberación.
¿Modestia? —No sé—.
Si la Madre Antonia no fue la que puso en mis manos esos regalos, siempre me preguntaré, ¿entonces quién?
José Antonio. Estancia en el CERESO de La Mesa 1985-1988.
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