jueves, 1 de diciembre de 2011

Diez de la Noche y Sereno


—Toque de queda en la Chapu—

Era un viernes de 1996 de un frió mes de diciembre... Parecía un día normal, todavía estaba arreglandome para ir a trabajar; mi papá ya se encontraba desayunando. Vivíamos en la calle principal de la Colonia Chapultepec.

Todavía mi papá no acababa de desayunar, ni yo de vestirme —eran como las seis de la mañana— Cuando unos golpes muy fuertes sonaron a la puerta. Se trataba de un soldado que preguntó: —¿Quienes viven aquí? —y después de que mi papá dio los datos de nuestros nombres y apellido, el soldado dijo en voz alta y autoritaria: —De está casa, nadie sale... —y después de un breve momento, agregó—: ...y nadie entra—.

Se trataba de un cateo que se llevó acabo en varias casas de los vecinos. No podíamos creerlo, estábamos varados en nuestra propia casa... Esas primeras horas se me hicieron largas. Yo creía que ésto tan solo iba a durar un par de horas. Qué cosas tiene la vida... Varados, totalmente como en alguna película de la segunda guerra mundial. Estábamos todos pendientes en la casa a lo que sucedía afuera; pero en el canal doce, en otros canales y en el radio, de lo que sucedía en la colonia... nada...

—Nada de lo que aquí está sucediendo, —decía mi papá en voz baja—.

Estábamos comiendo todos muy tranquilos, parecía que el operativo a sus afueras, ya se estaba acabando, ya no se oían correr o hablar a los soldados. Cuando de pronto, se oyó un tiroteo... Un tiroteo que duró desde las 12 del medio día; hasta las 2 —más o menos—.

Y en las noticias: nada.

Y lejos de las ventanas, por ordenes de mi papá tratamos de entretenernos con la tele. Eran las seis de la tarde —ya habían pasado doce horas— cuando un altavoz anunciaba allá afuera: —Nadie entra y nadie sale, nadie entra y nadie sale...

No sé como se organizaron los vecinos igual que nosotros, encerrados; no sabíamos que estaba pasando realmente, nosotros todos estábamos varados. Varados en una situación —al menos para nosotros— jamas vivida.

Era un toque de queda, y otra vez el alta voz del soldado: —Nadie entra y nadie sale, nadieee entraaa y nadieee saaaleeeee... Diez de la nocheee y sereeenooooo...

Ese día las viejecítas no pudieron ir al templo, la iglesia se mantuvo cerrada. Los jóvenes no pudieron salir a la escuela y quienes trabajamos, no pudimos ir al trabajo.

A la mañana siguiente, ya no había soldados, patrullas, ni nada... Asumimos que ya podíamos salir de la casa. Tan solo había unos empleados del gobierno en amarillo, limpiando las manchas de sangre en algunas áreas de la calle.

No hay comentarios:

Publicar un comentario