Lo que sentía en ese momento no era miedo, era una reacción de mi cuerpo a algo invisible
Primero que nada, hay algo que quiero poner en claro. Lo que relataré a continuación no es producto de mi imaginación. No se trata de una historia premeditada pensando en escribir un cuento de misterio. Los hechos detallados ocurrieron realmente. Aunque no tengo ningún testigo que pueda corroborar mis palabras, que valga el que lo diga yo para que me crea quien lo quiera hacer.
Aquel que no lo crea o que piense que lo imaginé o que lo inventé, puede pensar lo que quiera. Eso no va a cambiar en nada a lo que ocurrió. Quienes me conocen un poco saben que no soy amante de inventar historias. Tampoco soy partidario de las mentiras.
No es costumbre mía decir: "Te lo juro", para darle credibilidad a algo que alguien no acepta creer como cierto. Así que no juraré que no estoy mintiendo; pero con toda seriedad les aseguro —aunque me pueda reír al hacerlo— que ésta es una historia verídica.
No recuerdo la fecha exacta; pero me acuerdo que tenía poco tiempo de haberse sabido del caso de cierta señora que había sido atacada por el famoso Chupacabras en alguna localidad rural del sur, en algún lado que tampoco recuerdo bien.
Sí: El Chupacabras.
El nombre suena chistoso. No es de las denominaciones que inspiran seriedad... Me suena como a chupamirto, pelagatos, rascabuches, picochulo, montaperros. Algo tiene que suena medio ridiculo. Pero aparte de lo chistoso, o espeluznante que el nombre le pueda parecer a cualquiera, fue el hecho de que fuera la primera —y hasta donde yo sé, la única— vez que se tenía noticia que el Chupacabras hubiera atacado a un ser humano. Esto me pareció algo impresionante, y digno de llamar la atención; pues estaba el testimonio de que esta señora había sufrido heridas leves y rasguños al defenderse del ataque. Si a alguien le interesa, puede buscar en Internet. En YouTube una vez vi el vídeo donde sale la señora platicando su experiencia. Y no es que hubiera quedado yo traumado con la idea del Chupacabras. Menciono esto solo por establecer, más o menos, una fecha aproximada de cuando pasó lo que les voy a contar.
Esto es lo que a mi me pasó:
Era una noche como cualquier otra. Debe haber sido en los meses de verano; pues no estaba haciendo frío. Eran alrededor de las tres de la mañana. No era raro que estuviera despierto a esa hora. Por alguna razón desde hace mucho tiempo, he tenido la tendencia a estar mas activo durante las horas en las que la mayoría de la gente esta descansando. No sé porque; pero así es. Lo raro para mi es empezar mis actividades muy de mañana. Es en las horas de la tarde y en la noche cuando puedo desempeñarme mejor. —Es cuando me siento mejor—. En las mañanas todo me cuesta mas trabajo. En las noches se respira un aire diferente, desahogado, tranquilo, de paz, mejor...
Me encontraba, como era mi costumbre, solo. No me acuerdo que estaba haciendo; pero estaba entretenido con algo, tal vez tratando de arreglar algún aparato; o dibujando; o pensando en la inmortalidad del cangrejo. —La verdad no me acuerdo—. Pero eso no importa. Lo que si recuerdo es que se oía a lo lejos un perro ladrando; pero a diferencia de otras veces que cuando un perro no deja de ladrar resulta molesto, como cuando le dan ganas a uno de salir con una piedra y aventarsela para que se calle. Los ladridos de aquel perro no me molestaban, aunque si lo alcanzaba a oír, como muy a lo lejos; pero como estaba tan entretenido con lo que estaba haciendo, no le hice ningún caso.
Yo estaba en el interior de un cuarto que mando construir mi papá, pegado a la parte trasera de la casa donde vivíamos en ese tiempo. Digo vivíamos; porque en ese tiempo aun vivían mi mamá y mi papá. Padres ejemplares los dos, a quienes les debo todo lo bueno que forma parte de mi persona. De lo malo, me he encargado yo de reunirlo y acreditarmelo. Actualmente yo ya no vivo ahí tampoco. Ese cuarto —donde estaba yo esa noche— es una construcción con paredes de bloque y techo de madera. Aunque se encuentra pegado a la casa, no tiene comunicación con el resto de la casa, que es de esas casas de madera, con el techo a dos aguas, en pico, comprada al otro lado —en Estados Unidos— y traída en una plataforma que al transportarla ocupaba toda la calle. En la década de los 60's era muy común ver casas como la nuestra, siendo transportadas apretadamente por las angostas calles de los fraccionamientos ubicados en esa área de la Mesa de Tijuana; atrás de Las Palmas, junto a La Escondida, en el Fraccionamiento Angélica, para ser preciso.
Pues bien, les decía que ese cuarto, que hacía las veces de Bodega —nombre con el que le llamabamos— no tiene comunicación con el resto de la casa. La única forma de llegar a el, es entrando por el jardín que esta al fondo del lote. Al estar haciendo lo que estaba haciendo, en ese momento dado, oí un golpe en el techo de madera de la Bodega y enseguida, el sonido de algo que cayó sobre el pasto que crecía en el jardín, e inmediatamente después, claramente oí unos pasos, como de alguien caminando sobre el pasto. Oí estos pasos caminando hacia la puerta de la bodega y ahí se detuvieron, justo en la puerta. Desde donde yo estaba en el interior de la Bodega, no alcanzaba a ver hacia afuera de la puerta. Pensé que sería alguno de mis conocidos que al ver la luz del jardín encendida, se habría brincado por el cerco para platicar conmigo. Esto hizo que dejara lo que hacía y pusé atención a la puerta, esperando que alguien entrara o me hablara para que yo saliera. Pero nada. El único sonido que se oía era el perro —que ladraba a lo lejos—.
Esperé unos segundos, escuchando con atención hacia la puerta; pero no pasaba nada. Entonces yo dije: "¿Qué onda?" en voz alta; para dejarle saber a quien ahí estuviera que ya lo había oído. Pensé que tal vez era algún chistoso que se había metido sin hablarme desde la calle; y que pensaba darme un susto... Pero no hubo respuesta. Me inquieté de que alguien se hubiera brincado el cerco; y se metiera hasta la parte de atrás de la casa sin decir nada; y a esas horas solo me hizo pensar que se trataba de alguien con malas intenciones. Volví a decir: —"¡Hey! ¿qué onda? ¿quién está ahí?" Pero tampoco hubo repuesta. Eso hizo que me inquietara aun más.
Seguro de que alguien continuaba ahí, sin llamar ni responder, empecé a echar un vistazo rápido a mi alrededor, buscando con la vista algún bate; o algo para defenderme; pues era obvio que no se trataba de alguien en plan amistoso. Localicé una barra de fierro, como de medio metro de largo, de esas que unen los respaldos a la base de una silla de oficina, decidido a incorporarme para dar un par de pasos, y quedar frente a la puerta; pero al querer hacerlo me sentí impedido de hacerlo. Escalofríos inexplicables empezaron a recorrer mi cuerpo de arriba a abajo y de vuelta. Nunca antes había sentido escalofríos tan intensos. Sentía que subían y bajaban por mi cuerpo; mientras una fuerza invisible me impedía ponerme de pie. Recuerdo haber sentido los escalofríos como oleadas, como hace «la ola», la gente en los estadios! A mi no me gustan los deportes; pero alguna vez vi como el publico levantaba los brazos formando una ola.
Así sentía los escalofríos. No era que estuviera asustado. Me encontraba bien alerta —a la defensiva— pero no era miedo, como el miedo que he sentido otras veces; como el miedo que me producían las inyecciones cuando era niño —y después ya no tan niño— muchas veces ocasionado por el olor que tenían las farmacias de antes, al asociarlo con las temibles inyecciones; o el miedo de entrar al consultorio de un dentista. En una ocasión, cuando estaba chico, tendría unos 6 años, me llevaron a la farmacia que estaba en el centro comercial «Las Palmas» para ponerme una inyección, de esas que el boticario preparaba y que tenían que aplicarse inmediatamente; porque si no se echaban a perder. Como yo les tenía pavor a las inyecciones; pero en esa botica vendían carritos Hot Wheels y yo estaba bien prendido de los Hot Wheels, a mi papá se le ocurrió proponerme que si me compraba un carrito me dejaba inyectar. Yo dije que sí y escogí el carrito que quise. Ya teniendo el carrito en mis manos, el boticario procedió a preparar la inyección y cuando se aproximaba a mi con la jeringa lista para inyectarme, al verlo salí corriendo de la farmacia y detrás de mi el boticario con la jeringa en la mano. Recuerdo que me corretearon por el estacionamiento que quedaba en la parte de atrás del centro comercial. Ya me imagino como debe haberse visto el espectáculo. ¡El escuincle corriéndole al boticario! Hasta el día de hoy recuerdo como se veía corriendo con la jeringa amenazadoramente en la mano. A fin de cuentas cuando me agarraron ya se había echado a perder la inyección... y no me la pusieron. Ahora que recuerdo ésto, pienso que más bien debió haber sido que mi papá me concedió el indulto. Siempre me permitía salirme con la mía. El mismo pavor le tenía a las peluquerías, nomas que de esas no siempre salí tan bien librado....Pero eso esas son, otras historias.
He sentido miedo muchas veces; pero el miedo que he sentido en el estomago. Es diferente. Es una sensación muy particular en el vientre. Por algo suele decirse de alguien con mucho miedo que "se cagó del miedo".
Volviendo a mi relato; lo que sentía en ese momento no era miedo, era una reacción de mi cuerpo a algo invisible. Algo mucho muy intenso; que nunca antes había sentido. Nunca he oído a nadie decir que haya sentido "oleadas" de escalofríos. He oído decir que "se le pararon los pelos de la nuca". Yo no sentí que se me pararan los pelos. Sentí oleadas... Oleadas que subían y bajaban por todo mi cuerpo; aun ahora que lo recuerdo se me pone la piel de gallina (eriza la piel).
Mi mente estaba clara, y quería pararme para poder ver a través de la puerta; pero algo muy fuerte me lo impedía. Era como si algo me sujetara la cabeza hacia abajo impidiéndome ponerme de pie. A lo lejos seguía oyendo aquel perro que ladraba y empezó a incomodarme más, de lo que ya estaba. Sentía mucho enojo por saber que alguien se había metido a mi casa, hasta a unos pasos de mi; para no decir nada —ahí parado—. Y quería ver quien era.
Estaba a la defensiva; en actitud de pelea, más que de temor, pero esos escalofríos me desconcertaban, y luego esa fuerza invisible que no me dejaba pararme, cuando era lo que quería hacer, y encima el pinche perro que no dejaba de ladrar...
No sé exactamente cuanto tiempo duré así, debieron haber sido unos cuantos segundos; pero sentía que el tiempo transcurría con lentitud. Tuvé que hacer un gran esfuerzo por sobreponerme a lo que me impedía pararme. Por fin lo hice; mientras los escalofríos cada vez los sentía más intensos. Ya no los sentía como oleadas, ahora eran como pulsaciones de ellos; pero no eran los escalofríos lo que me preocupaba. Quería saber quien era, quien ahí estaba. Me paré y di un par de pasos hasta que estuve frente a la puerta y pude ver a través de ella.
No había nadie.
Afuera se veía el jardín iluminado; en el techo de la bodega, por fuera, en el pedazo de techo que sobresale de donde termina la pared, había una lampara de tubos fluorescentes de 8 pies de largo, como las que hay en los establecimientos comerciales, que iluminaba todo el jardín; pero no había nadie. Al dar los dos pasos que me separaban del umbral de la puerta —para salir— al momento en que iba a cruzarlo, volví a sentir eso que me frenaba, como que me quería impedir que saliera.
Ya de pie, dispuesto a ver quien andaba por ahí, ignoré esa fuerza que me impedía salir; y crucé la puerta. Una vez afuera miré todo alrededor del jardín, no había nadie. Caminé hasta el centro del jardín, volviéndome hasta quedar de frente a la bodega de donde había salido. Algo me hizo elevar la vista hacia el techo de la bodega; pero el resplandor de la lampara que iluminaba el jardín me impedía ver si había algo en el techo. El ladrar del perro que había estado oyendo, cada vez me irritaba más, y lo oía cada vez más cerca. A pesar de traer en la mano el fierro que había tomado de la bodega, con el que podría dar un buen golpe —por si acaso—; pero aun así, me sentía indefenso; y podía sentir una fuerte sensación de que algo acechaba desde arriba; pero si algo estaba en el techo, no lo podía ver.
Mientras tanto los escalofríos iban en aumento. Por primera vez estuve consciente de que los pasos que oí; algo tenían que ver con lo que había oído que golpeo el techo, para luego caer al suelo. Tuve la noción de que fue algo, como un ave grande y pesada, como del tamaño de una gallina o algo así, que hubiera querido posarse cerca del filo del techo, y torpemente se hubiera caído hasta el suelo. No podría explicarlo; pero eso fue lo que se me vino a la mente.
Ya no era que alguien se hubiera metido a mi casa, ahora era algún tipo de animal, o algo que me acechaba desde arriba en la oscuridad. El perro que ladraba se había vuelto algo muy molesto e irritante, así que caminé a la parte del jardín; desde donde se puede ver la calle, a través del espacio donde se estacionan los carros, a un lado de la casa.
Al ver hacia la calle pude ver al Rocky, un perro boxer que pertenecía a unos vecinos; que a pesar de tener un aspecto como de un perro muy bravo, era un animal muy amistoso y agradable. Pues estaba el Rocky, parado fuera del cerco de mi casa, ladrandole a algo. Su ladrido era de alarma, como cuando se sienten amenazados por algo que invade su territorio, con el cuerpo tenso y excitado, ladrando insistentemente. Ladrando hacia el techo de mi casa...
Al ver que era él, como lo conocía, le grite: "¡Rocky, callate!." Al gritarle, bajó su mirada y comenzó a ladrarme a mi, que aun estaba en la parte de atrás de mi casa, en el jardín. Al ver que continuaba ladrando en la misma forma tan agresiva, volví a gritarle que se callara; pero solo retrocedio un poco y siguió ladrando —pero ahora me ladraba a mi—. Sus ladridos ahora eran realmente molestos. Ahora tenía que ir a espantarlo; para que se fuera a ladrar a otro lado. Empecé a caminar hacia la calle por el espacio que había entre los carros estacionados y la casa de al lado y la nuestra. Caminé decidido y presuroso; pero sin correr.
Podía sentir el peligro.
Sentía como que si corría, sería peor. Seguía sintiendo que algo acechaba desde arriba. Era una sensación que no quisiera volver a sentir jamas. Era una angustia terrible, los escalofríos seguían cada vez más intensos. Me sentía como si fuera un ratón encerrado en un laberinto, encajonado sin escapatoria, que es observado por un gato acechando sigiloso, listo para agarrarlo de un zarpazo en cualquier momento y comérselo. No encuentro palabras para poder describir esa sensación de estar siendo observado por algo que no podía ver; pero que lo sentía cerca, muy cerca. Como pasa cuando estamos a punto de tener un accidente; que el tiempo corre más despacio, y vemos el golpe aproximarse lentamente. Como que algo dentro de nosotros ante la inminencia de algo terrible que sabemos que nos va a pasar. Como que nos disponemos a recibir lo que sea que venga. Es difícil describir esto; pero creo que todos los que alguna vez hemos pasado alguna experiencia no muy agradable, sabemos como se siente. Era como si ya me hubiera hecho a la idea de que algo muy malo me iba a pasar. Creo que así debe sentirse cuando se esta listo para recibir a la muerte...
Es un estado de conciencia que se experimenta en situaciones de peligro. Cuando el cuerpo se bloquea al dolor.
Caminaba viendo hacia arriba, volteando hacia un lado y otro; sin lograr ver que era lo que tan fuertemente sentía que estaba ahí —viéndome— listo para saltar en cualquier momento, cuando se encendió una lampara de seguridad instalada en el garage, de esas que se prenden cuando algo se mueve al pasar frente al sensor. La luz de los focos me dio en la cara y quede encandilado; y ya no pude ver ni la silueta del techo de mi casa, ni la de la casa de los vecinos. En ese momento sentí una especie de resignación e impotencia de no poder ni ver lo que estaba a punto de caerme encima. Ya nada mas estaba esperando el golpe. En ese estado de aceptación de estar a disposición de algo que yo sentí; que iba a atacarme, ya sin voltear hacia arriba caminé el trecho que me separaba de la reja y de un par de metros más allá, el Rocky que seguía ladrandome como si fuera yo un extraño que hubiera invadido su territorio.
Llegué hasta la reja, que tenía el candado puesto; con una cadena que rodeaba las dos partes de la reja que sirven como puerta para guardar los carros. Saqué el llavero para buscar la llave del candado. Al estar buscando entre el montón de llaves que traía yo siempre en mi llavero, esa mezcla de escalofríos punzantes, la sensación de estar siendo observado; y de estar a disposición de un ataque inminente; llego a su punto más intenso. Rocky no dejaba de ladrar y sus ladridos parecían taladrarme los oídos. Por fin localicé la llave, la introduje en el candado, la giré y el candado abrió, lo solté de la cadena, abrí el pasador metálico; y finalmente, pude empujar y abrir la reja. Al momento en que di el paso que me colocó fuera de lo que era mi casa, como si me hubieran quitado de encima un manto; o algo así, los escalofríos y todo lo que había estado sintiendo se desvanecieron repentinamente.
En un instante todo volvió a la normalidad. Una vez afuera le volví a gritar al Rocky que se callara; al tiempo que caminaba hacia al perro para espantarlo; pero solo retrocedió y siguió ladrandome. Entonces hice como si recogiera una piedra y se la fuera a aventar y finalmente huyó.
Al encontrarme a media calle, solo y ya en calma, dirigí la mirada hacia el techo de mi casa, esperando ver algo, tal vez la silueta de algo o alguien que estuviera en el techo de mi casa; pero no vi nada. Solo se dibujaba la silueta tan familiar contra el cielo de Tijuana en esas noches que el cielo no esta estrellado; sino que tiene una tonalidad anaranjada, al menos así se suele ver en esa parte de la ciudad. Y pensé: —¿Qué chingados fue eso? ¿de quién fueron los pasos que oí tan claramente sobre el pasto? ¿qué fue lo que golpeó el techo y luego cayó al suelo del jardín? ¿a qué le estaba ladrando el Rocky en el techo de mi casa? ¿sería algo que llegó volando, que quiso aterrizar en el techo de la bodega; pero que se cayó hasta el suelo para luego caminar hasta la puerta de la bodega donde yo estaba? ¿qué fue lo que me impidió levantarme para dar dos pasos y ver que era? ¿qué diablos fue lo que provocó esas oleadas de escalofríos?
Creo que nunca lo sabré. Tal vez habría que preguntárselo al perro.
Días después, al platicarle esto a una de mis hermanas; que vive a tres cuadras de donde esto pasó, que en ese tiempo entraba a trabajar muy temprano, y se levantaba como a las cuatro de la mañana a arreglarse, me dijo:
—Esa misma noche como a las tres y media, oí un ruido que pensé que sería un gato que se había caido de la barda, y que cayó encima de las hojas secas de una palmera; que estaba a un lado de la ventana de mi cuarto; que habían podado días atras. —Y me dijo—: Me llamó la atención porque se oyó como si hubiera sido un gato cayendo encima de las hojas de la palmera; pero un gato no se cae de una barda tan facilmente... A menos que ande borracho.
¿Será una casualidad?
José Miguel Iglesias
http://pichoniglesias.yolasite.com/
01 de Abril 2012
Tijuana, B.C.