La inspiración, ese impulso espontaneo que llega sin ser solicitado. A veces; moviendo la pluma -o golpenado las teclas- para mover al espíritu; o, a veces, es el espíritu, él qué quiere que; uno, como un simple mortal, mueva la pluma.
Queriendo escribir algo... y la contaminación auditiva está con todo el volumen al otro lado de la calle, el agua de té, el mechón, el cu-cu entre otras "joyitas" y les dan vuelta una y otra vez; con razón siempre está sola esa taquería...
Hice mi libreta a un lado, con todo y pluma. Es inútil, no puedo escribir bajo esta distracción, ¡qué música tan más fea! Pero el impulso seguía; sabía que tenía que escribir algo. Algo para mi blog. Algo para el face. Algo para mis amigos... La carrera había sido bastante buena, y me dejó con mucho para compartir.
Tomé mi libreta y mi pluma; y, como domador de leones, me dirigí a la taquería... Quería decirles unas cuantas cosas. Que horribles canciones ponen para ambientar en este establecimiento; parecía que no había nadie, pero tenían clientes, que cómo si las canciones fueran muy buenas, estaban queriendo bailar, mientras el taquero les hacía otro taco...
—¿De qué los quiere jefe?
Queriendo ser cínico le dije: —Qué bonitas canciones pone. —Ah! aquí por música no paramos. —Contestó el taquero como si lo que yo dije fuera cierto.
—Traigame un CD en blanco, jefe, y le paso mi colección. ¿De sudadero? ¿para llevar?
—No, gracias... solo vine a... decirle eso, que bonita música pone.
—Un regalo para usted—me dijo—un vasito de consome de birria recién hecha, y sus tortillas para que las caldee, quienes gustan de mi música son mis amigos.
Le dije gracias y opté por irme para el otro lado de la calle, tal vez encuentre la banca de la parada del camión con menos bullicio y más apta para escribir que en mi propia casa, que para mi mala suerte está frente a éste negocio. Por su puesto, no traía hambre y soy vegetariano; lo que quería era escribir... Pensaba tirar el consome y las tortillas en el próximo bote de basura al doblar la calle...
Así que iba con mis dos manos ocupadas, con la libreta, y con la comida. Al doblar la calle miraba a delante buscando un bote donde deshacerme de mi regalito, y la banca del camión donde calmar las ansias de escribir... Cuando una señora de esas que les dicen indigentes, me preguntó —¿Una limosnita por amor a Dios?
—Señora, no vengo preparado con un peso, pero ¿si gusta se puede quedar con este consome y estas tortillas?
La indigente tomó la comida con la ansiedad como si tuviera miedo de que me fuera arrepentir de darle lo dado... Busqué en mis bolsillos pero como lo esperaba, no traía nada. Luego, me dirigí unos metros más a delante; hay estaba la banca, solo había una joven madre con su hijo, tranquilos ambos, madre e hijo... Apenas les saludé y tímidamente me contestaron.
Los carros iban y venían, y su ruido no me era tan ofensivo cómo las feas canciones del pobre taquero. Pasó pronto una calafia a la cual se subieron la muchacha y el niño. Tomé la libreta y ya más tranquilo, escribí: "La Carrera de las Estrellas. Marcas nuevas, nuevos records y lo mejor de todo... Mejoré el mío, de una hora y media abatí el mío con diez minutos menos y creo que sin quererlo, descubrí la forma precisa para entrenar".
Escribía muy a gusto cuando una explosión de llanta me robó un poco la atención, pero yo seguía escribiendo... Cuando de reojo vi a otra joven muchacha con otro pequeño, tratando de cambiar la llanta de su camioneta.
—No, primero se quitan las tuercas y luego se sube el carro con el gato, —le dije.
—No me creerá que es la primera vez que se me poncha una llanta, ayudeme diciendo cómo se cambia, y con eso le seré agradecida. —Me dijo.
No acepté esa remarca, y haciendo mi extraña comodidad a un lado, con mi libreta sobre la banqueta a mi vista, y mi pluma en el bolsillo de la camisa, me dispuse a ayudarla.
Pensando que la calle no era lugar para escribir, me hice a la idea de regresarme a mi casa; pero cuando terminé de cambiar la llanta, esta joven madre sacó de su camioneta un galón de agua; y, se puso a lavarme con sus manos las mías.
—Para que siga haciendo su tarea; —me dijo— y no ensucie su cuaderno...
—¿Por qué llora? —le pregunté al ver sus ojos inquietos pero llorosos.
—No sé que hubiera hecho sin su ayuda, aquí estuviera todavía cambiando la llanta. Gracias. —Y se fueron inmediatamente, sin darme tiempo de decir más.
Me dirigí al parque Teniente Guerrero, ahí hay más bancas, y hay más gente, pero para esta hora ya sabía que podía concentrarme con todo y el bullicio que la gente puede hacer.
Y, seguí escribiendo... "Para mejorar la rapidez basta cuidar el ritmo".
—Mamá! mamá! Se me enredó el papalote en aquel árbol!! Mamá! Mamá! —Eran los gritos de un niño que... obvio, se le había atorado su papalote en un árbol. Ambos casi a lado mío. La joven madre me ve, como si fuera yo; trabajador del parque, su esposo, su primo, o su hermano... Pero bastó tomar el hilo de aquel cometa para desenredarlo como por arte de magia; y se soltó del árbol. El niño como de seis o siete, me abraza y su mamá suspira relajadamente, como si yo fuera algún tipo de héroe.
Quise volver a sentarme en la banca para seguir escribiendo, y opté por... Ya sé, ir al templo de san Francisco para seguir escribiendo... Ahí nunca hay nadie, y si hay gente, siempre está en quietud plena...
La cripta estaba vacía, algunas veladoras prendidas, y el silencio era hermoso... sentado en la banca de la primera fila, seguí escribiendo... "cuidar el ritmo al correr significa, estar consciente de tus pulmones y tu movimiento".
Esta vez fue una anciana, la que me preguntó:
—Señor, ¿usted que hace aquí? ¿qué lo trajo?
—Nada, señora, nada, y no sé que viento me trajo hasta aquí.
—No, el viento, no. Fue san Francisco.
—Amén —le dije— y seguí escribiendo, recorriendo mi experiencia del medio maratón y, paso a paso de cómo fue que llegué hasta aquí.
"¿San Francisco? O, ¿los dones del espíritu santo?" Escribí en silencio, al recuerdo de las palabras de aquella anciana.
El Templo de san Francisco y su cripta, una de las iglesias más emblemáticas de Tijuana, se encuentra a un costado de la calle Tercera, frente al parque Teniente Guerrero.