Una mañana tocaron a la puerta, era el cartero.
—¿Señora Gonzala? —Me preguntó un joven, uniformado humildemente de cartero, con su bolsa de cuero y su bicicleta. —Sí, soy yo, le contesté, —es para usted, señora, —me volvió a decir amablemente, poniéndome una carta sobre mis manos.
Era la respuesta a un tramite que yo misma no estaba enterada.
Me dio mucho gusto recibir este aviso que era la aprobación de mi pensión, algo que se encargó mi esposo —en Estados Unidos— un poco antes de morir, y yo no estaba enterada de esto, de esta atención que mi esposo tuvo para mi.
¡Qué alivio Dios mio! dije elevando el grito al cielo, después de haber leído la carta.
A partir de ahí, me quitó mi difunto esposo un gran peso de encima, ya que vivía como una mendiga; y estaba viviendo —sin tener hijos o familia— de la buena voluntad de mis amistades y conocidos, vecinos y otras buenas personas; al acabarse finalmente todos mis ahorros
Al poco tiempo, al terminar de hacer todos los tramites y al estar recibiendo de este beneficio; una mañana, le dije a la señora de la tienda, —otra vez que venga el cartero, me avisa, por favor; quisiera darle una propina, ¿quién se acuerda de una anciana? ¿para llevarle una carta? y quiero gratificarlo con una simple, pero generosa propina.
—Señora Gonzala, ¿qué le pasa? —me dijo la de la tienda—: Aquí en la Burrita no llega el cartero.
AYYYYYYYYYYYYYYYYYY NO DA MIEDO
ResponderEliminarun poco
EliminarXD dio mas risa q miedo
ResponderEliminaroooo que bueno
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