ROSARITO.- Al leer la historia de la "Chica fantasma del Campestre" recordé algo muy parecido que me sucedió a mi también, aunque mi historia aparece en otro marco, otros años y otro ambiente; pero un ambiente muy parecido, ambiente festivo; y uno, entrado en la edad —ustedes saben— de la manita caliente; de buscar novia para estar agarraditos de las manos.
La zona del Río apenas surgía. —el Moll del Río Tijuana era la novedad— Era cuando la Comercial Mexicana apenas hacía su aparición en Tijuana, de donde fui uno de los primeros empleados, creo que era 1989, y era época navideña.
Me acuerdo muy bien que se hizo la posada de la Comer en el salón de los "Taxistas" no sé si así se llamaba; o si así le decían, por estar en los terrenos de los taxis amarillos que están por la linea.
Eran unos pocos días antes de Navidad y la empresa, había decidido hacer su fiesta —exactamente— el sábado antes.
Pero ¿a quién se le ocurre hacer la posada tan temprano? A las dos de la tarde para ser precisos; creo que se organizó así con respecto a los dos turnos que había en la Comercial; y a mi me tocó la del primer turno.
Yo tenía complejo de adolecente y me hice a la idea que tenía que divertirme a fuerzas, y empecé a tomar, cerveza tras cerveza... La fiesta no tenía chiste, para mi el atractivo era las cervezas; y las muchachas por su puesto, pero no había ninguna como para hacer un buen ligue.
Tomé lo suficiente para sentirme algo mareado, y por eso mismo, me regresé temprano a la casa.
Llegué antes de las ocho de la noche, estoy seguro. Por que al poco tiempo me habló mi amigo Martín y me dijo: —Lolo, tengo invitación abierta para una posada en playas de Tijuana, para que le caigas, ¿qué te parece? ¿vamos?
Yo no tenía nada de humor para otra fiesta, ya estaba muy cansado; pero no le quise decir no a mi amigo.
Y fuimos a dar, en el carro de mi amigo, ¿a una casa o un salón en playas? ¿dónde exactamente? Tuviera que preguntarle a mi amigo; por que yo —sinceramente— no me acuerdo.
Pero que diferencia de fiesta —a la de la Comer— muchachas bonitas a donde voltearas, todas presentables y vestidas de gala, más que de navidad, parecía fiesta de fin de cursos, de no sé qué instituto; creo que mi amigo me llevó a una fiesta de lujo, nada de uniformes ni de payasadas; nada que ver con la otra posada; donde había estado unas horas antes; lo malo era que ya estaba algo tomado.
Había decidido a no tomar: —No más cervezas—. Esperando que así se mi iba a quitar lo poco mareado que estaba —y fue cuando la vi a ella— y con perdón de mis amigos, los dejé solos y me dirigí a su mesa para presentarme con ella. —Hola, me llamo Lorenzo, le dije.
Al sonreirme, me di cuenta que era la sonrisa más bonita que había visto hasta ese día. Sus ojos grandes y no miento, parecía la quinceañera —la dueña— de la fiesta; y para mi era fabuloso que se riera —y me acariciara— con los ojos; y no sé que tanto platicaba conmigo.
—Y yo me llamo, Soledad, —me dijo.
Me presentó con su papás, y ellos me trataron, como si fuera el hijo de Lopez Portillo, o como si fuera Mr Universo, y fue el papá de ella —Soledad— el que me sentó junto a ella; trayéndose gentilmente una silla de otra mesa; para que acompañada a su hija.
Pero yo estaba peleando conmigo mismo, ¿como explicarme? tratando de quitarme la borrachera de la otra fiesta; que a mi sentir no se me notaba.
Y ella fue la que tomó la iniciativa de ir a bailar, y bailamos varias piezas, repetidamente; al son de diferentes canciones; diferentes ritmos, desde La Bala, a las canciones de Bronoco; y creo que ella sabía lo que yo traía —dicen que bailando se baja lo tomado— por que duramos ¿cuantas horas bailando? No me acuerdo.
Lo que si me acuerdo fue que me dijo al oído: —Dormilón.
Desperté en mi casa, al día siguiente —con tremendo dolor de cabeza— me hubiera gustado haber soñado todo; pero me dijeron que Martín me había llevado de vuelta a la casa —a alguna hora de la madrugada—. No aguantaba la vergüenza en mi propia casa —frente a mis papás y hermanos— pero me aguanté.
Comprendí que no lo había soñado todo cuando le hablé a mi amigo Martín por teléfono y me dijo: —Tonto, que de panchos (payasadas) hiciste; y que güey estás, te quedaste dormido —nada más que— entre las personas más popofonas (adineradas) de la fiesta.
Y al redactar esto lo hago en serio...
Yo también —con relación al relato del Campestre— busqué por muchos años a Soledad, quería ofrecerle una disculpa, pero nunca la encontré.
No hay comentarios:
Publicar un comentario